La tercera economía mundial, podría poner fin al período de moderado crecimiento debido a la sucesión de catástrofes naturales que asoló el país a lo largo de todo el año
01 ene 2019 . Actualizado a las 13:27 h.Japón ha elegido el kanji que significa desastre como el ideograma que mejor define el 2018, en referencia a las catástrofes naturales que ha sufrido a lo largo del año. Es algo prematuro y quizás demasiado extremo aplicar este término a su economía, pero diferentes indicadores alertan de que el país empieza a dar signos de fatiga. En el tercer trimestre, el PIB se contrajo un llamativo 2,5 % en relación al mismo período del año anterior. Es la mayor caída registrada desde el 2014 y todo un toque de atención, ya que el dato oficial dobla el 1,2 % que había previsto el Gobierno.
Las cifras son elocuentes. El consumo, que representa cerca del 60 % de la economía nipona, ha retrocedido un 0,2 %. La inversión de capital en las empresas ha caído un 2,8 % y las exportaciones, un 1,8 %. Han sido precisamente los desastres naturales los responsables del frenazo de la economía. Al menos así lo justifica Tokyo, desde el Ministerio de Economía al Banco de Japón. El pasado verano, el archipiélago sufrió todo tipo de desgracias: lluvias torrenciales e inundaciones, olas de calor, el paso del peor tifón de los últimos 25 años, que provocó incluso el cierre del aeropuerto internacional de Kansai, y un fuerte terremoto en la isla de Hokkaido. Todas estas catástrofes naturales han provocado graves problemas en las cadenas de distribución y la ralentización de las exportaciones. El turismo y el consumo también se han resentido.
Pero a pesar de la influencia que los desastres naturales puedan tener en la economía, no hay que pasar por alto otras señales de debilidad. En el primer trimestre, el PIB también se había contraído y, aunque la situación mejore en el cuarto trimestre, el 2018 podría poner fin a un período de moderado crecimiento y constituir un aviso de la falta de efectividad de las Abenomics, el ambicioso paquete de estímulos lanzado por el primer ministro Shinzo Abe en el 2013 para acabar con casi dos décadas seguidas de deflación y reducir el déficit público.
A la vista de los acontecimientos, el programa podría necesitar un replanteamiento. En el 2017, la deuda del país representaba el 253 % del PIB. El consumo no despega y el objetivo de situar la inflación en el 2 % no se ha conseguido. Las previsiones para este año fiscal (que se cierran en marzo del 2019) se han corregido a la baja y se espera situar la inflación en un discreto 1,1 %.
El gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, parece dispuesto a mantener los estímulos, pero de forma más restrictiva. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, dos de sus principales socios, es otro factor que pone en riesgo la economía nipona.
Pero aparte de los problemas coyunturales, Japón debe hacer frente a otros problemas estructurales, como son los salarios bajos, que no incentivan el consumo, y la falta de mano de obra. El Parlamento nipón acaba de aprobar cambios históricos en la ley de inmigración para facilitar la contratación de trabajadores extranjeros a partir de abril.
Hasta ahora, la llegada de inmigrantes era casi un tema tabú en la sociedad japonesa, que los rechaza. Pero la realidad se impone. El Gobierno es consciente de que el país tiene una de las poblaciones más envejecidas del mundo y en el futuro necesitará mano de obra foránea. El primer ministro también ha lanzado medidas para incentivar que las mujeres no abandonen el trabajo por el matrimonio o la maternidad, de momento sin mucho éxito.
La reciente elección del caracter que significa desastre como símbolo del 2018 se hizo como cada año por votación popular y su resultado fue retransmitido por la televisión. Aunque pueda parecer una poética y espiritual tradición oriental, también es una demostración de que los japoneses viven muy pegados a la realidad. Prueba de ello es que en el 2014 el kanji ganador fue impuesto, por la subida histórica de la tasa sobre el consumo, que pasó del 5 al 8 %. El programa Abenomics prevé una nueva subida de este impuesto hasta el 10 % el próximo otoño, a riesgo de provocar otra recesión.