Sinceramente, uno ya está aburrido. O saturado. No lo tengo claro. Lo que sí tengo claro es que, de cara a las siguientes elecciones al Congreso, solo me interesa el debate de las ideas. El de las personas me resulta indiferente. Y, puestos a hablar de ideas, solo me generan expectativas las que entran en el campo de lo imposible. Háblenme de eso, de lo imposible, y les escucharé. Y si lo que me dicen es capaz de impulsar y desarrollar la Galicia que uno tanto ama, denme por ganado. ¿Un ejemplo? En junio del 2017 se celebró el II Congreso Nacional de Despoblación, fueron muchos temas los que se abordaron, pero, entre todos, emergió uno, discriminación fiscal positiva para el rural. Esta semana, Ciudadanos lanzó una propuesta en esta línea. Ahora sueño con que el Partido Popular y PSOE hagan lo mismo, lo cual no sería nada descabellado. A partir de ahí, gobierne quién gobierne, pacto de Estado. ¿Se imagina un país así? Este sol de marzo me está afectando. Presidente Feijoo échele una mano a Casado, que Galicia, si de algo sabe, es de rural.
Alguno dirá, ‘¡qué obstinación con el rural!’, con lo atractivas que son las inercias globalizadoras que recorren las grandes capitales gallegas. Y sí, es obstinación, pero no carente de justificación. Los economistas, a finales del siglo XIX, construimos una escuela, llamada neoclásica. El objetivo último era explicar el proceso de elección de las personas. En paralelo, y obsesionados por ser considerados científicos sociales, introdujimos el lenguaje matemático y la axiomática más rigurosa a nuestros razonamientos. Esto no nos permitió decir muchas más cosas, pero sí poder afirmar que lo que aseverábamos tenía unos niveles muy aceptables de rigor. Y así transcurrimos el siglo XX hasta que, en el último cuarto, empezaron a emerger voces que redefinían los fundamentos de nuestros sistemas de preferencias. En los noventa, estas voces iban adquiriendo los máximos honores de la profesión, alcanzaban el premio Nobel. Esencialmente, afirmaban que nuestras conductas no son tan egoístas como a veces asemejan. Que hay base teórica y científica para afirmar que tenemos conciencia y que esta determina nuestras pautas de vida, nuestros sistemas de elección. Incluso, sin ser conscientes de ello. Son los valores y principios que asumimos como naturales cuando no son más que un artificio social.
Por ello, y aquí arranca la ideología y se abandona el análisis, entiendo que el rural, como cultura y economía, es una fuerza tractora para hacer una Galicia mejor, para anclar los sistemas de preferencias que después construyen lo público, que cimientan nuestras políticas. ¿Y por qué? Por las siguientes características de su sociedad: a) La interacción social, en el medio rural nada sucede de modo anónimo. Nadie es indiferente a los demás. b) La igualación social, el rural moderno ya carece de caciques, la segmentación social está difuminada. Los papeles sociales no dependen exclusivamente de la posición económica. c) El sentido del espacio y el tiempo. La calle es un lugar de encuentro, de interacción y el tiempo altera su valor según el momento del año en que te encuentres. d) La austeridad, es un consecuencia de una vida económica llena de incertidumbres. e) La visibilidad social. Nadie es invisible. f) La sostenibilidad, los recursos nunca deben agotarse.
Estos principios llegaron a las ciudades y a nuestros barrios con los procesos migratorios internos de los setenta; pero esas antorchas ya han fallecido o están muy envejecidas. Hoy, son sus nietos quienes gobiernan España y toca recuperar las luces que algún día nos alumbraron. Eso o dejarnos caer por las laderas más oscuras de la globalización y yo, al menos, me niego a realizar ese recorrido. Por eso, y muchas más cosas, reivindico el rural.