El modelo actual tiene un problema: los sistemas tributarios no están preparados para la nueva realidad. Tampoco las empresas. Sostiene el catedrático de Derecho Financiero de la USC que el coste reputacional obligará a las multinacionales a poner fin a la elusión de impuestos
24 nov 2019 . Actualizado a las 05:17 h.Las cifras ponen a Europa en una situación incómoda. Sus grandes fortunas se ocultan en países exóticos, la competencia fiscal interna provoca sangrías en las Haciendas públicas y las normas para vigilar el fraude, la evasión fiscal y el dinero en la sombra son un queso gruyer. El catedrático de Derecho Financiero de la USC César García Novoa cree que hay razones para el optimismo: «El próximo año 2020 va a ser un año de cambio brutal de la fiscalidad a nivel internacional», augura.
-Cuando el mundo se vino abajo en el 2008 comenzaron a aflorar los problemas de inequidad y falta de vigilancia. ¿Hemos avanzado en algo?
-Europa ha sido muy agresiva en la lucha contra el fraude fiscal internacional, pero la UE se basa en una unión de libertades económicas y hay que tener mucho cuidado para no restringirlas, como dicen los tratados. Es un equilibrio muy complicado. Se habla de paraísos fiscales, pero los países no cooperativos son cada vez menos. Hay una tendencia a aislar a quienes no firman acuerdos de intercambio de información.
-No opina lo mismo el Parlamento Europeo. Cataloga a Luxemburgo y Suiza de auténticos paraísos fiscales.
-Suiza cumple con el intercambio de información. El problema está en los delitos contra Hacienda. No colabora porque no tiene ese delito en su legislación interna. Pero desde hace tiempo tiene un estándar de cumplimiento bastante avanzado. Luxemburgo tiene unos holdings muy buenos con un tratamiento muy ventajoso, como las sociedades de tenencias de valores (ETVE) en España. También tax rulings, acuerdos de fiscalidad casi a la medida, que ahora tiene que compartir.
-¿Cómo se explica que un país como Luxemburgo, con 600.000 habitantes, concentre la mayor parte de la inversión extranjera directa mundial?
-Los países siguen teniendo competencias tributarias. La solución sería que la UE asumiera esas facultades. Quizá haya que refundar la UE y hablar de eso. Mientras tanto, nadie puede impedir que un país diseñe un régimen ventajoso para atraer a inversores de otro país. No solo es aceptable sino que forma parte de la esencia del derecho europeo.
-¿Eso significa que prima la libre circulación del dinero por encima del interés colectivo de acabar con los desfalcos fiscales?
-Se podría decir así, pero con matices. Tiene un límite. No puedes prohibir que una empresa se vaya a otro país o que un ciudadano abra una cuenta corriente en Luxemburgo, pero sí puedes exigirles que no lo hagan para defraudar o evadir impuestos. Ahí entra la cooperación entre países. Existen equipos de inspección transfronterizos funcionando.
-No parece suficiente...
-La UE fue la primera en hablar de la «parte justa de impuestos». Hasta ahora lo que hacías en materia fiscal era legal o no, ahora hay un tercer elemento: si es justo o no. Está claro. Si Amazon vende en Europa, tiene que pagar aquí. Si Google o Facebook recaban datos en Europa y luego los ceden, deben pagar allí donde están los usuarios cuyos datos utiliza. Si Uber utiliza a conductores en España, aunque la app esté fuera de la UE, tiene que pagar donde genera beneficios. Eso está cambiando y la UE es pionera. El problema es que en la UE la política fiscal sigue siendo competencia de los Estados. Se necesita unanimidad y cualquier país como Luxemburgo puede bloquear decisiones. Si seguimos con esa regla, será imposible que haya armonización fiscal.
-La riqueza en la sombra se sigue moviendo. Ahora lo hace hacia plazas asiáticas. ¿Qué rol está jugando la tecnología?
-Hace 20 años la transferencia de riqueza era más complicada. Ahora con monedas virtuales y el blockchain se pueden hacer contratos que no dejen huella. Es más difícil de combatir, pero el año 2020 va a ser un año de cambio brutal de la fiscalidad a nivel internacional. Se está intentando reaccionar porque los problemas que tenemos son tremendos. ¿Qué va a pasar cuando se generalicen estas tecnologías o cuando la inteligencia artificial desplace a 500 trabajadores que dejarán de pagar IRPF y de consumir? Tiene que cambiar toda la filosofía de la fiscalidad. No va a ser fácil, pero no tengo una visión tan pesimista. Para empezar se está hablando del impuesto mínimo alternativo, auspiciado por Francia y Alemania, que puede desactivar la política de impuestos bajos de algunos países. Otros como España ya disponen de «cuarentenas fiscales» e impuestos de salida.
-¿Nos dejará en desventaja respecto a otros países?
-España tiene también medidas atractivas como la Ley Beckham. Luego tienes el régimen absolutamente ventajoso de Portugal. Te presumen residencia solo por acreditar una propiedad y si estás en una lista de profesiones cualificadas. Un sistema como el portugués preocupa mucho a Galicia. Se está produciendo un desplazamiento de residentes importante y a nivel autonómico no se puede hacer nada. ¡Y esto lo ha implantado un Gobierno de izquierdas!
-¿Es sostenible este modelo económico de concentración de la riqueza por mucho más tiempo?
- El modelo tiene un problema: los sistemas fiscales no están preparados para esta nueva realidad. Por definición, son nacionales. ¿Cómo puede una competencia nacional luchar contra un desafío transnacional? Al final la solución pasa porque las empresas acepten su responsabilidad de no eludir impuestos. No tendrán más remedio dada la mala imagen y el coste reputacional que provoca el fraude fiscal. Fíjate en las pérdidas que tuvo Starbucks en el Reino Unido cuando se hizo público lo que pagaban en impuestos.