Finanzas más sanas

MERCADOS

29 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Como toda situación extrema, la pandemia ha sido una estupenda ocasión para comprobar el estado en el que se encuentran muchos aspectos de la realidad social económica. Así, hemos observado, por ejemplo, que los sistemas europeos de salud pública mantienen un alto grado de resiliencia, aunque sus costuras se hayan abierto por varias partes (dejándose ver, sobre todo, las heridas dejadas por los brutales ajustes de hace una decena de años). También ha sido un buen momento para escrutar la salud de las entidades financieras. Y aquí, desde luego, las conclusiones son positivas.

Es de sobra sabido que los bancos fueron los grandes protagonistas, para mal, de la crisis del 2008. Las follies financieras (es decir, el exceso de especulación con productos cada vez más sofisticados y en cierta medida fuera de control) causaron aquel desastre, en cuyo arranque estuvo el ya célebre episodio de la caída de la casa Lehman. Por cierto, una muy interesante historia de esas locuras puede encontrarse en el libro Crac! Unha breve historia da economía, del brasileño Alexandre Versignassi, publicado en gallego por Catroventos.

La naturaleza de la crisis del 2020 fue, obviamente, muy diferente. Pero en sus comienzos había un lógico y bastante extendido temor a que las crisis sanitaria y económica se enredaran, en un bucle funesto, con la aparición de algún tipo de problema financiero, ya fuera en los bancos o en los mercados de deuda. Tal cosa, afortunadamente, no ha ocurrido. Al contrario, esta vez las entidades bancarias más bien han contribuido, colaborando en alguna medida con los gobiernos, a ofrecer una solución a los importantes problemas surgidos en los sistemas productivos.

Es decir, en estos meses tan difíciles no nos ha faltado la estabilidad financiera, lo que debemos apreciar en lo que vale: mejor no imaginar la catástrofe que hubiera sobrevenido en caso contrario. La cuestión es por qué ahora la sorpresa ha sido en positivo. La respuesta que parece más razonable es que han funcionado correctamente los mecanismos de regulación que se pusieron en marcha precisamente como respuesta al colapso del 2008. Hablo de las reformas europeas hacia la Unión Bancaria, las que puso en marcha el presidente Obama, en Estados Unidos, o en un plano global el sistema de normas de Basilea III. Aquel fortalecimiento de los controles, se comprueba ahora, rindió buenos resultados. O visto de otra forma, ¡qué juego tan peligroso es el de las finanzas desreguladas, que predominó durante varias décadas en el mundo!

Dicho lo anterior, hay que añadir de inmediato que algunas incertidumbres de primer orden, varias entre ellas muy recientes, siguen cercando a los sistemas bancarios. La primera es que el propio modelo de negocio está experimentando cambios extraordinarios, que van desde la aparición de competidores nuevos, como las grandes plataformas tecnológicas, al mundo desconocido de los tipos de interés ultrabajos o negativos que aún se mantendrán por una larga temporada. Y junto a eso, la excesiva velocidad de muchas transacciones (realizadas en microsegundos), la incógnita de unos mercados de deuda que aunque se mantengan por el momento tranquilos, están lejos de toda escala razonable, o la amenaza que pudieran representar algunas nuevas burbujas, como las de ciertas criptomonedas.

En las finanzas de ahora mismo, por tanto, no faltan elementos para la inquietud. Pero, de momento, podemos celebrar que su comportamiento durante la crisis pandémica ha sido más que aceptable.