Un bienio que se antoja crucial

MERCADOS

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo BCE

12 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Acompañando a una progresiva superación de la emergencia sanitaria, salimos del paréntesis veraniego con claras expectativas de que los próximos meses habrá una fuerte reactivación económica, que probablemente lleve a recuperar el nivel de PIB previo a la pandemia antes de lo que hasta hace poco se pensaba. Viene una fuerte expansión, favorecida por los nuevos vientos de cola: la gran bolsa de ahorro acumulado en el último año y medio, que se está plasmando ya en una explosión de consumo; los programas públicos de gasto, que seguirán siendo muy expansivos; o las condiciones monetarias, que en el caso de Europa se mantendrán aún durante un tiempo.

Claro que también hay algunos factores en contra, entre los cabe destacar tres inquietantes hechos nuevos (de los que seguiremos hablando en las próximas semanas): la crisis de oferta de algunos materiales básicos, como los microchips (que ya están lastrando a algunos sectores importantes, entre ellos el del automóvil); la difícil cobertura de algunas ocupaciones, debido al déficit de ciertos perfiles profesionales; o la distorsión que puede traer consigo el alza en los precios de ciertos bienes importantes, como la electricidad.

Pero más allá de la coyuntura, los dos próximos años casi con seguridad van ser excepcionales para la proyección de la economía en una perspectiva de largo plazo (al menos una década). Y es que la crisis del coronavirus ha hecho emerger de un modo manifiesto los diversos ejes de transformación estructural de la economía que, de un modo incipiente, estaban ya presentes en los años anteriores: hablamos, desde luego, de la doble transición, digital y medioambiental, que ya no va admitir muchas demoras, pero también de otros fenómenos de primer orden que nos están esperando, como es el caso de la nueva cartografía de las relaciones internacionales, que acaso dé en una globalización diferente de la que hemos conocido.

Se trata de hechos y tendencias que marcarán el horizonte de la economía y la sociedad de cara a, pongamos, 2030. Lo que ahora destacamos es que esos procesos ya están lanzados, de forma que es precisamente ahora cuando en gran medida se juega su destino, es decir, sus posibilidades de éxito o fracaso en cada uno de los países. Esto es muy claro para los grandes programas de inversión con rumbo a la descarbonización y la implantación plena de la inteligencia artificial y big data. La oportunidad que todo ello abre para una renovación profunda de los procesos productivos es de oro, pero habrá que acertar en cada decisión inversora: aquella economía que no lo haga, en unos pocos años habrá retrocedido posiciones relativas y se contará entre los perdedores del nuevo gran juego de la economía global. Es algo que vale para cada economía nacional en su conjunto, pero también para sus grandes unidades, tanto administraciones públicas como empresas.

Para un país como España, cuyo sistema productivo arrastra desde hace tiempo algunos problemas más que conocidos (como los desequilibrios sectoriales o la baja productividad total de los factores) es fundamental entender la importancia de este momento. La música del Plan de resiliencia elaborado por el gobierno suena bien, pero ya se sabe que el diablo está siempre oculto en los detalles. Para concretarlos en un sentido virtuoso es fundamental que exista al menos una línea de acuerdos políticos básicos (tal y como se insiste, con toda razón desde la UE). Y eso es, precisamente, lo que más nos está faltando: sería el colmo que esta polarización de baja estofa pusiera en serio riesgo lo que sin ninguna duda es una ocasión histórica.