Travis Kalanick, cofundador de Uber, añade otro escándalo a su larga lista con los tejemanejes que urdía con las altas esferas de los países en los que desembarcaba su empresa
17 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Está la historia de Travis Kalanick (Los Ángeles, California, 1976), cofundador de Uber, trufada de polémicas. Que su forma de entender los negocios y la manera de gestionar plantillas distan un mundo de la ejemplaridad, ya lo sabíamos. Una demanda de Google por la propiedad intelectual del coche autónomo, una amenaza de expulsión de Apple de la App Store por violar su política de privacidad, escándalos de acoso sexual y psicológico y discriminación racial en el seno de la empresa, y hasta una investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos lo han venido dejando meridiano desde hace años. Y es que la ristra de disputas en las que se ha visto envuelto este emprendedor nato, arrogante y temerario, como lo definen muchos de los que han trabajado codo con codo con él, es larga. Mucho.
Y la guinda a ese maloliente pastel —que acabó con los accionistas de la compañía soliviantados por sus desmanes y los huesos del empresario fuera de la firma allá por el 2017— la han puesto ahora los papeles de Uber. Otra investigación del Consorcio Internacional de Periodistas, que ha sacado a la luz los tejemanejes del directivo al frente de la compañía entre los años 2013 y 2017. Más de 124.000 documentos que ponen negro sobre blanco (y la cara colorada a más de uno) las maniobras de los directivos de Uber para tejer relaciones en las altas esferas de los países en los que desembarcaban. Todo para conseguir asentarse en las principales ciudades del mundo saltándose a la torera la normativa. Una red de favores a primeros ministros, oligarcas y magnates de los medios de comunicación a cambio de hacer la vista gorda. Digamos que le van al empresario las conspiraciones. De niño uno de sus sueños más preciados era el de convertirse en espía. De aquellos polvos...
Nacido en el seno de una familia de judíos vieneses emigrada a Estados Unidos ya en el Siglo XX, ha tenido siempre pasión Kalanick por las tecnologías. Aprendió a programar en el instituto. Con eso se lo digo todo. Su primer empleo, de adolescente: vender cuchillos de casa en casa para una conocida marca estadounidense.
Después quiso hacer ingeniería informática en la Universidad de California (UCLA). Empezó los estudios. Y ¿adivinan? No los terminó. Toda una tradición esta entre los genios de Silicon Valley. Lo dejó para montar su primera empresa: Scour, junto a dos compañeros de facultad. El negocio consistía en el intercambio de archivos P2P. Dos años después, la firma acabó envuelta —cómo no— en una escandalera: una multimillonaria demanda por violar los derechos de propiedad. Se declaró en quiebra. La historia se repitió con la segunda: Swoosh. Otro lío: el fisco estadounidense descubrió que habían retenido impuestos de los salarios de los empleados por valor de más de 100.000 euros. La vendió en el 2007. Un año después llegaría el germen de Uber, UberCab. Le tuvo que quitar lo de cab porque llevaba a engaño. Se presentaba como una compañía de taxis cuando no lo eran. No tenían licencia para ello.
Siempre ha dicho que es de los que no se amilana, de los que están dispuestos a todo para conseguir sus fines. Y no hace falta que lo jure. Poco se sabe de él desde que salió de Uber, solo que dio el salto a las cocinas fantasma. Otro negocio propicio para la polémica. Lo lleva en la sangre.
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