Es algo excepcional, pero algunas veces ocurre: una dinámica profunda de innovaciones y cambios que hace que mueran muchas de las viejas estructuras y procesos económicos, siendo sustituidos por otros más o menos experimentales, más o menos firmes. Es lo que Joseph Schumpeter, uno de los más grandes economistas de la pasada centuria, denominó «destrucción creativa». En mi opinión, las múltiples y simultáneas transformaciones que se están ahora mismo lanzando (digitalización, descarbonización, ruptura y acaso recomposición de las cadenas globales de valor) deben ser vistas como parte fundamental de un proceso de destrucción creativa a gran escala.
Los cambios son tan intensos que cabe razonablemente conjeturar que en un horizonte no muy lejano —hacia 2030— la vida económica será bastante distinta de lo que hasta ahora hemos conocido. Y si eso es así, entonces estamos ante una recomposición general del juego de la economía internacional, en la que nuevas actividades, nuevos sectores y, sobre todo, nuevos actores, adquirirán protagonismo. Naturalmente, habrá ganadores y perdedores, y nada garantiza que quienes tradicionalmente han retenido los resortes del poder económico lo sigan haciendo en el futuro.
Si nos fijamos en los grandes jugadores globales, es seguro que habrá cambios, pero las posiciones de partida son importantes: los Gobiernos norteamericano y chino, o las grandes compañías tecnológicas, seguirán marcando los ritmos y las opciones de todos los demás, pero en ámbitos tan relevantes como el de la energía o las finanzas la recomposición podría ser bastante generalizada. Y uno de los aspectos en los que ya se están viendo movimientos de gran alcance es el de las inversiones directas. Todos los días, en diversos países, saltan noticias de una gran inversión, sea en el desarrollo de las tecnologías del nitrógeno verde o las baterías para el automóvil eléctrico. Y ojo, porque lo que ocurra en este campo en los dos próximos años probablemente marque la evolución de los sectores clave y defina el papel que cada economía acabe por tener en las relaciones económicas internacionales de cara a la próxima década. La vocación por innovar y la capacidad efectiva para hacerlo serán ahora más decisivas que nunca.
¿Y España, la economía española, cómo se va posicionando en ese nuevo juego? Ciertamente, la inversión en innovación nunca ha sido nuestro fuerte, apareciendo siempre rezagada en las comparaciones internacionales. Un organismo especializado en esa materia, Cotec, acaba de constatar una mejoría (un aumento del 9,4 % en I+D en el 2021), pero seguimos estando lejos de los estándares europeos (1,43 % del PIB, frente a una media europea del 2,27 %). En todo caso, es verdad que, pese a los problemas administrativos para su ejecución, los PERTE españoles están más avanzados que en el resto de los países, y al fin las propuestas y los debates económicos entre nosotros giran decididamente en torno a modelos energéticos o tecnológicos profundamente renovados. Claro que hay riesgos de que esos cambios descarrilen (algunos vienen de fuera de la propia economía, como la insoportable polarización política), pero por primera vez en mucho tiempo hay perspectivas reales de que la economía española obtenga algunas cartas ganadoras en la geografía económica que está gestando.
Por cierto, sobre la idea de creación destructiva y su aplicación a los problemas contemporáneos resulta particularmente sugerente el libro de Philippe Aghion y sus colaboradores, El poder de la creación destructiva, Deusto, 2021. Con esta recomendación, solo resta desearles unas felices fiestas.