Lujo en las alturas

MERCADOS

abraldes

22 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A Thomas Flohr siempre le han gustado los aviones. Son su pasión. Tanto, que quiso ser piloto. Lo intentó en Lufthansa, pero no pasó las pruebas. Y aquella decepción, dice, le trajo suerte. El clásico no hay mal que por bien no venga. Apartarse de la aviación lo llevó a recalar en el mundo de las finanzas y la informática. En la tecnológica Comdisco, para más señas, de la que acabó siendo presidente y adquiriendo su negocio en Europa, a través de Comprendium Investment, su brazo inversor con sede en Suiza, país en el que nació el empresario en 1960.

Tan bien le iban las cosas y tantas horas pasaba a bordo de aviones viajando por trabajo de aquí para allá, que en el 2003, por fin, se dio el capricho. Se compró su primer pájaro: un Bombardier Learjet. Y ahí empezó todo.

En el 2004 fundó Vistajet. Con dos Learjet gemelos. De color gris. Con una línea roja que los recorría de lado a lado. Hoy tiene más de 300 aparatos, a bordo de los que viajan por todo el planeta desde presidentes de grandes corporaciones empresariales y jefes de Estado, a celebrities como Taylor Swift. Ellos, y cualquiera que tenga el bolsillo bien desahogado y ganas de conocer el mundo. Lo último, cualquiera; lo primero, solo unos pocos elegidos.

La flota la tienen repartida por infinidad de países. Basta con avisar con 24 horas de antelación y listo. Ya puede uno subirse a uno de sus Bombardier Global 7500, el avión de negocios más rápido del mundo —eso dicen, que yo de aviones ando pez—, capaz de volar 17 horas sin parar.

Entre sus clientes, nuestro rey emérito. Gracias a él y a sus, cada vez más frecuentes, visitas a tierras gallegas, hemos podido admirar de cerca en Peinador algunos de esos lujosos aparatos. Curioso, porque tiene Thomas Flohr una hija. La única. Nina, se llama. Y resulta que está casada con Felipe de Grecia, que es el hijo pequeño de Constantino de Grecia, hermano de doña Sofía —ya fallecido—, y cuñado, por tanto, de don Juan Carlos.

Se casaron por el rito ortodoxo —ha hecho ahora de eso tres años— en la catedral de la Anunciación de Santa María, en Atenas. Hasta el altar llegó Nina de la mano de su orgulloso padre.

Hijo de un maestro de escuela, estudió el empresario Ciencias Políticas en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich. Estuvo casado con Katharina Flohr, la madre de Nina, ex directora creativa de Fabergé — la marca asociada a los magníficos huevos de Pascua y las zarinas rusas— y editora de Vogue en su edición rusa. Además de los aviones, siente pasión Flohr por la velocidad. Es piloto de carreras de coches. Aficionado. Y un loco de la Fórmula 1.

Con todo, no es noticia estos días Flohr ni por sus aviones, ni por sus pasiones. Lo es porque un antiguo socio y amigo, Timothy Horlick, lo acusa de haberlo estafado precisamente en la época en la que el empresario andaba sentando las bases de su imperio volador. Él lo niega todo, y hasta asegura que Horlick ha estado envuelto en una conspiración para acabar con su reputación, en connivencia con una empresa rival. Lo que cuentan parece tan de película como esos confortables, lujosos y exclusivos aviones que lo han hecho rico.