
Es uno de los inversores más veteranos y temidos de Wall Street. Un auténtico tiburón. De colmillo retorcido, además. Y mucho. Que para algo lleva más de 50 años en el negocio y guarda un montón de cadáveres en la cartera. Se trata de Paul Singer (Teaneck, New Jersey, 1944). Para algunos, un inversor activista (alguien que entra en el capital de una empresa con una participación significativa para influir en las decisiones y lograr cambios de calado en la estrategia de la compañía). Para otros, un buitre. Y esto último porque su estrategia pasa en muchos casos por adquirir a precio de derribo activos de empresas o países que atraviesan una situación crítica para sacar tajada de sus debilidades.
Nacido en el seno de una familia judía, de padre farmacéutico y madre ama de casa, estudió primero de Psicología en la Universidad de Rochester; y más tarde, Derecho en Harvard. Acabados los estudios, comenzó a trabajar en la división inmobiliaria del banco de inversión Donaldson, Lufkin & Jenrette. Tres años estuvo allí. Hasta que en 1977 decidió fundar su propia firma, Elliott Management, uno de los primeros hedge funds (fondos de inversión libre: operan casi sin limitaciones a la hora de decidir dónde poner el dinero) del mundo.
Legendario es el litigio que mantuvo con Argentina a cuenta de la suspensión de pagos que decretó el Gobierno austral en el 2002. No quiso Singer pasar por ninguno de los aros que blandió el Ejecutivo argentino ante los ojos de los inversores para saldar la deuda y que, sin embargo, otros muchos atravesaron. Casi quince años duró la contienda, hasta que en el 2016 el Gobierno de Mauricio Macri acordó pagarle en efectivo 2.400 millones de dólares. Valió la pena la espera: recuperó el dinero y se embolsó una plusvalía de casi el 400 %. No escatimó esfuerzos. Incluido el embargo del Libertad, el buque escuela de la Armada argentina.
Después de que el Tribunal Supremo británico le diese la razón y reconociese su derecho a embargar los bienes de Argentina, y sabiendo que el barco estaba en Ghana recurrió a la Justicia de ese país para apresar el barco y presionar así al Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Dos meses estuvo retenido en puerto. El buque y los 300 marineros de su dotación. Hasta que intervino el Tribunal Internacional del Derecho del Mar.
No acabó ahí la cosa. Solo un detalle más: consiguió que un juez de Nueva York congelara las cuentas al Ejecutivo argentino, llevando al país a otra suspensión de pagos. Ni que decir tiene que por tierras australes no es bienvenido.
Famoso es también por el revuelo que montó, en el 2018, cuando se convirtió en propietario del Milan tras cobrarse la deuda que el dueño del equipo italiano, Li Yonghong —el empresario chino que se lo compró a Silvio Berlusconi—, tenía con él. Una deuda que había contraído para financiar en su día la adquisición de la squadra. Cuatro años después lo vendió. Otra operación envuelta en polémica, incluidas acusaciones de simulacro de venta que a punto estuvieron de costarle a los tifosi del Milán un soberano disgusto en forma de descenso a los infiernos.
Estos días está Singer de actualidad porque Elliot Management acaba de aterrizar en el capital de BP. Desembarco que la bolsa ha premiado con una fuerte subida de la cotización de la petrolera. Ya puede ir temblando el presidente, Helge Lund. No sería el primer alto ejecutivo que se ve obligado a desocupar el sillón de mando tras la llegada de Singer.
.