BMW 507, el coche de las estrellas

Ignacio Ferreiro González

MOTOR ON

Polifacético diseñador industrial alemán asentado en Estados Unidos, capaz de desarrollar desde plumas estilográficas hasta la ropa deportiva preferida por Martina Navratilova, el «Conde» Goertz será el responsable del codiciado automóvil que conducirían Elvis Presley, Frank Sinatra o el piloto John Surtees.

18 jun 2018 . Actualizado a las 13:32 h.

En 1936 llegaba a Estados Unidos un joven alemán de 22 años, apasionado de los automóviles. Nacido en 1914 en Brunkensen, cerca de Hannover, en el seno de una familia aristocrática, Albretch von Goertz había pasado por empleos en el Deutsche Bank en Hamburgo y en el banco Helbert Wagg & Company en Londres. Ahora trabajará en Nueva York en un lavado de automóviles y una fábrica de motores de aviación antes de trasladarse a Los Ángeles, donde en 1938 establecía el taller en el que construirá su primer prototipo, el Paragon, que se exhibiría en la Exposición Mundial de San Francisco de 1939.

Nacionalizado americano, prestará cinco años de servicio en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y a su vuelta, tras haber conducido el Paragon hasta Nueva York, Goertz se tropezaba con Raymond Loewy, diseñador estrella de la época, que agradablemente sorprendido por el modelo le recomendaba para estudiar diseño en el Pratt Institute de Brooklyn y le reclutaba en 1949 para el Departamento de Diseño de Studebaker en South Bend, Indiana.

Tras dejar Studebaker y colaborar con Carl Otto y con Norman Bel Geddes, instalará en 1953 su estudio en Nueva York, Goertz Industrial Design Inc., en el que realizará desde ilustraciones para la revista Motorsport hasta diseños de juguetes, además de encargos conseguidos en sus viajes a Alemania, como instrumentos musicales para la casa Hohner.

Será de nuevo una relación personal la que le llevará hasta su trabajo más admirado. Max Hoffman, importador de automóviles europeos, estudiaba con BMW un modelo deportivo enfocado al mercado americano, dada la precaria situación de la Europa de posguerra. Poco satisfecho con las propuestas del fabricante, Hoffman invitaba a Goertz a presentarle un diseño, que le supondría una invitación a Munich y el encargo del futuro 507, ampliado para ocuparse también del 503 que aparecería simultáneamente. Tras completar su trabajo, y antes de la presentación en el Salón del Automóvil de Frankfurt de aquel mismo año, Goertz volvía a Nueva York, donde a los pocos días recibía un telegrama: «El 507 es la estrella del Salón. Felicitaciones».

Alabado por la prensa, que lo describía como «el coche más hermoso fabricado nunca en Europa», el 507 situaba a su diseñador entre los más solicitados del momento. Porsche le encargaba el estudio del modelo que debería suceder al 356, que sería desechado, y un viaje a Japón en 1962 le proporcionaba un contrato con Nissan, materializado en el Silvia de 1964, y que incluía un deportivo en colaboración con Yamaha. La paralización del proyecto llevaría a Yamaha a desarrollarlo con Toyota, y dará lugar al 2000GT de 1967, en el que Satoru Nozaki completaría el diseño de Goertz, mientras que, una vez retomada la iniciativa, Nissan lanzaría el 240Z de 1969, sobre cuya paternidad mantendría una larga controversia con Goertz reclamando su autoría, aunque reconociendo su colaboración.

Pero además de los automóviles, la carrera profesional de Goertz se extenderá con éxito a todo tipo de productos: cámaras fotográficas para Agfa, Polaroid y Fuji, electrodomésticos para Rowenta y Saba, estilográficas para Mont Blanc, mobiliario y equipamiento escolar y para oficinas, artículos de joyería, relojes, embarcaciones, bicicletas y hasta ropa deportiva para el fabricante alemán Puma.

En 1989, ya con 75 años, Goertz regresará a Alemania para asentarse en la villa familiar de Brunkensen. Continuará asesorando a empresas e instituciones y establecerá una fundación para promocionar a jóvenes diseñadores, a la que seguirá dedicándose hasta su fallecimiento en 2006 durante unas vacaciones en Kitzbuhel.