RAMÓN CHAO
24 ene 2002 . Actualizado a las 06:00 h.De origen vasco, Juan Goytisolo es un charnego en Barcelona, su ciudad natal; en España, un afrancesado; latino en EE UU; cristiano se le considera en Marruecos, donde vive; y en todas partes del mundo, un meteco. Tal vez se deba esta universalidad a su afán en buscar sus señas de identidad y una notable preferencia por los marginales. Igualmente, escritor comprometido en todos los combates cívicos (antirracismo, defensa de los inmigrados y de toda clase de minorías), Goytisolo despliega en sus novelas una literatura tan elitista que se arriesga a espantar a la mayoría mediana. Pero si hacemos un esfuerzo, nos enriquece. Por ejemplo, ya no se leerá a Juan de la Cruz, a Cervantes o a Calderón después de Cogitus interruptus, que acaba de publicar en Francia la editorial Fayard. En realidad, este su último libro cambia completamente nuestra visión de la literatura, y no solamente de la castellana. Damos en pensar: ¿Y si hiciésemos un examen de las capas que forman la historia? Comprobaríamos que los períodos de olvido, de ocultación de los hechos nada gloriosos de un país y los que reflejan momentos de esterilidad cultural los modifica, los maquilla el poder del momento para forjar lo que llama la esencia profunda de tipo mitológico, relegando al olvido ideas y hombres cuya existencia desagrada a los gobernantes. El libro de Goytisolo, que contiene una serie de textos sobre la historia, la literatura y el arte, se sitúa en un terreno intermediario entre el ensayo, las memorias y la defensa estética de una cultura que responde a la auténtica memoria de España. Nos da el ejemplo del posfranquismo, esa tan alabada transición entre una dictadura y una monarquía constitucional. Muerto el caudillo, el autor asiste con asombro al pacto establecido entre demócratas más o menos opuestos al dictador y sus partidarios. Lamenta que el mundo entero haya aplaudido este consenso, y comprueba que el antiguo régimen se perpetúa de otras formas. Sólo la voz de Goytisolo, sin olvidar a Sánchez Ferlosio, protesta contra este concierto de alabanzas, denunciando un sistema heredero de las posiciones ultraconservadoras que han amordazado a España desde los Reyes Católicos. Aún va más lejos: tanto en la escuela como en la Universidad se oficializa la imagen de la España construida por la Iglesia y el nacionalismo retrógrado (me salió un pleonasmo) y la monarquía borra todo lo que signifique corrientes y pensamientos heterodoxos. El nacional-catolicismo marchitó la floreciente literatura erótica de los siglos XV y XVI (El libro de buen amor, La Celestina, Retrato de la Gallarda andaluza) atribuyéndoles intenciones moralizadoras. Nos ha presentado a un Cervantes ejemplar, sin emprender estudios serios sobre su probable origen judío, así como sobre las zonas turbias de su vida que ayudarían a profundizar su obra; nos oculta las humillaciones y torturas sufridas por Juan de la Cruz: acusado de influencia de la mística sufí, hubo de quemar la mayor parte de sus escritos e incluso tragar en la cárcel algunos poemas y sólo nos llegaron las obras publicadas después de su muerte. El libro termina con un dialogo entre Günter Grass y el autor. Evocan los mismos temas: los tabúes y la memoria escasa, cada uno en su país. Comprueban que la historia se repite, no sólo en el tiempo, sino también en el espacio y ambos se afirman como escritores que luchan contra la cultura virtual de nuestra época, uniformizada y amnésica, y defienden el derecho inalienable de las letras.