El partido decisivo lo juega España mañana. No el sábado contra Corea. Lo disputa contra sí misma. Porque así lo ha querido el presidente de Gobierno al ser el primero en echar mano de la terminología deportiva para asegurar que «este partido lo vamos a ganar». El eslogan no es creación del presidente. Fue popularizado, hace ya años, por un grupo de seguidores del Estudiantes, autodenominado La Demencia , que recorría las canchas españolas de baloncesto, vestido de ayatolá. Aznar lo ha recuperado ahora. Y nos ha colocado ante un partido decisivo en el que la mitad de los gallegos y casi el 54% de los españoles aceptan que quieren tomar parte en él, y contra lo que opina el propio Aznar, que van a ser ellos los que ganen. Pero, sea cual sea el resultado, España ya ha perdido el partido. Además, por goleada. Porque, continuando con la terminología deportiva, este encuentro no debía de haberse celebrado nunca. El Gobierno ha querido que se dispute en las peores condiciones posibles. Cargado de tensión, en un momento no propicio, tras un desaforado enfrentamiento sobre las normas por las que se va a regir y cuando gran parte de los jugadores, que es todo el país, considera que debía de haberse pactado su suspensión. El seleccionador nacional de fútbol, José Antonio Camacho, con ese gesto de cabreo permanente y ese carácter avinagrado y envalentonado, jamás osó decir que «este partido lo vamos a ganar». A la vista de lo acontecido, resulta que ahora es un tipo prudente y comedido. De él debían de haber aprendido quienes han estado calentando el encuentro de mañana hasta hacer que muchos de los que no querían participar, al final decidan sumarse por una mera cuestión de desafío. Millones de españoles van a tomar parte en un choque que se presenta de trascendental importancia. Un partido que no tenía que haberse celebrado de prosperar el diálogo, la comprensión y el sentido común. Pero no. Hubo intolerancia, obstinación, terquedad, bravatas y provocación. Un mal prólogo.