La boda que yo presencié

OPINIÓN

05 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

EN CONTRA DE lo que piensan muchos españoles, que ven el enlace Agag-Aznar como una desmesura de nuevo rico, carente de sensibilidad social y política, claramente demodé y pelín hortera, aunque sea por exceso, quiero manifestar mi adhesión a la feliz pareja, y decirles que me hizo mucha ilu seguir su colosal ceremonia desde las tribunas del templo, a las que tengo libre acceso en mi condición de Pasador Mayor de Hojas de Partitura del Organista Titular de la Real Basílica. Para mí -¡se lo juro!- fue un acto precioso y emotivo, a medio camino entre los fastos de una realeza decadente y las frustraciones de una Democracia Cristiana que come carne los viernes, se divorcia sin escrúpulos, y convive con enorme naturalidad con el aborto. Pero no se asusten. Porque, si bien es cierto que mi admiración coincide con la de Jaime Peñafiel, Paloma Gómez Borrero, Ana Rosa Quintana y otros intelectuales de la prensa del corazón, también es verdad que mis razones no son las suyas, y que, mientras ellos adoptan la perspectiva del glamour, yo actúo como un politólogo que escudriña las claves de esta boda c asi de Estado . Ya me lo dijo Arsenio Iglesias: «Vostede ve a xojada antes de que empece». Y por eso discrepo de la común opinión de los españoles. Porque, mientras la gran mayoría estaba viendo el enlace de Anita Aznar, yo ya estaba viendo la boda de la primogénita del futuro Conde de Quintanilla de Onésimo y Duque Protector de la Isla Perejil, heredera directa del título, y posible iniciadora de la dinastía imperial de los Aznares-Botella. Y por eso me pareció una ceremonia sencilla, a la que ni siquiera invitaron a Bush, y en la que la novia renunció a que una carroza dorada, tirada por cien corceles de un amigo de su padre, la llevase a paso lento a las puertas del Monasterio. Por dignidad democrática, supongo, nuestro gran presidente también renunció a que el Orfeón Donostiarra cantase la Misa de la Coronación, de Mozart. Y, en un gesto de humildad sin precedentes, pudiendo animar el banquete con Celine Dion y Barbara Streissand, se conformó con un toque flamenco al gusto, claramente opinable, de la Casa Real. No puedo explicarles, y lo lamento, la presencia del Rey. Porque en el Escorial sólo se podían hacer las dos únicas cosas que el Rey tiene vetadas: amigos íntimos y política. Y por eso sospecho que el astuto Aznar le invitó a la boda para evitarle la tentación de hacerse otra foto con el teócrata dictador de Arabia Saudita. Pero, resumiendo, me hizo mucha ilu estar allí. Porque nunca había visto tanto glamour, tanto dislate y tanta incosciencia juntas. Y eso, queridos amigos, también es objeto de estudio para los politólogos.