SE TRATA de la continuación de la nueva estrategia de seguridad nacional , definida el verano pasado, un año después del 11 de setiembre fatídico. Ya en 1991 el secretario de Estado James Baker había prevenido a su homólogo iraquí que EE.?UU. respondería con armas nucleares tácticas si Irak utilizaba armas químicas o biológicas contra sus tropas. Doce años después, Bush junior agrava las condiciones establecidas por su padre. No es necesario que Irak utilice armas de destrucción masiva, basta con que «tenga la intención de recurrir» a dichas armas, dijo Andrew Card, secretario general de la Casa Blanca, «para que EE.?UU. no descarte ninguna opción y responda con todos los medios de que dispone». Card levanta un tabú hasta ahora intocable: la utilización de la energía nuclear. Piensa todo el mundo que la primera fase de la guerra que se nos cae encima será un paseo para los aviones ciegos americanos; sus bombardeos masivos en lugares estratégicos no tendrán mayores resultados concretos: las defensas iraquíes están escondidas bajo tierra y sólo armas nucleares lograrían alcanzarlas. Más ardua será la continuación. Se sabe que Bagdad, con sus cinco millones de habitantes, será el último y único reducto de resistencia. Si el ejército americano intenta penetrar directamente en el centro de la ciudad podrá encontrarse aislado, falto de aprovisionamiento y con las inevitables pérdidas de vidas. Si, al contrario, progresa metódicamente, podrá sumirse en una de esas pesadillas de la guerra: combates callejeros casa por casa, enfrentándose con la temible guardia republicana iraquí. Y si a Sadam Huseín, en un gesto bárbaro y desesperado, le da por utilizar armas químicas en su propia capital, la situación de todos, y de las tropas invasoras, será dantesca. Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Química en 1922, fue uno de los primeros que advirtió sobre los peligros de la energía atómica. Decía, y nunca fue desmentido por los hechos, que todo avance científico tiene fatalmente aplicación diabólica un día. Al fin y al cabo, los americanos ya utilizaron la bomba en Hiroshima y Nagasaki para evitar muertos yanquis cuando la guerra estaba prácticamente terminada y para dar a los aliados una muestra de su poderío. Se les puede decir lo que Unamuno a Millán Astray en Salamanca: venceréis pero no convenceréis; y vencerán, sin duda, por poco tiempo. El mundo es demasiado grande, diverso y dinámico como para admitir el dominio de una sola potencia. Los análisis de las fuerzas democráticas y culturales, industriales y monetarias, ideológicas y militares que transforman el planeta desmienten la idea, tan corriente hoy, de una América invencible. Con su activismo militar dirigido contra Estados menores, EE.?UU. trata de ocultar su grave reflujo económico. La lucha contra el terrorismo y contra el eje del mal son meros pretextos. Porque es incapaz de controlar a los actores financieros y estratégicos emergentes que son Rusia, Japón, China y Europa, Estados Unidos va a perder la hegemonía mundial. Seguirá siendo una gran potencia, pero una más entre varias. Ahora quiere demostrar al mundo que es irremplazable como en sus días lo hicieron el comunismo y el nazismo. Necesita el petróleo y no sólo eso: le son indispensables los productos manufacturados procedentes de Europa y de Asia, así como los aportes financieros europeos y japoneses. Las relaciones de dependencia de EE.?UU. con Europa explican la actitud de Chirac. Es curioso -o cómico, si no fuera gravísimo- , que la única respuesta concreta contra Francia sea la de privarse de camembert. Y provocar una guerra de intimidación. Estratégicamente, Bush elige a Sadam Huseín para crear un problema mundial que sólo ellos podrían resolver. Mutatis muntandis , su belicismo contra países menores pudiera equipararse al terrorismo de la ETA de hoy contra víctimas indiscriminadas. Quién lo diría, ¿no? El primero se lanza al terrorismo porque está en crisis y siente que se le escapa el poder planetario, y la segunda porque pierde su identidad nacional.