EMPIEZA a admitirse lo que la realidad muestra con tozudez: que el Irak posterior a la ocupación no será una democracia plena. Y no lo será porque no se ha acertado a hacer casi nada que conduzca a ello. Entre otras cosas porque las democracias no se improvisan en despachos imperiales ni se imponen a punta de bayoneta. No es así como se fraguan, ni es así como arraigan con futuro. De modo que, a estas alturas, la pregunta correcta ya no tiene que ver con el sueño democrático que proclamaron interesadamente los neoconservadores de la Casa Blanca. La pregunta correcta ahora es: ¿qué se puede hacer para que lo que quede detrás, cuando las tropas aliadas salgan del país, no sea una guerra civil o una situación de caos o de inseguridad generalizada? Esta es la verdadera cuestión. Y la respuesta no es fácil (ya no puede serlo), porque cualquier opción que se elija aparece cercada por incontables riesgos y peligros. La salida más sensata, sin embargo, parece ser aquélla que impulse un Gobierno nacional iraquí que refleje las realidades demográfica, religiosa y étnica del país. Así lo ha sugerido el experto estadounidense Zbigniew Brzezinski, que fue consejero de Seguridad con el presidente Jimmy Carter. Después de que el Consejo de Seguridad haya aprobado, el pasado 8 de junio, una nueva resolución sobre el futuro de Irak, todo parece indicar que los esfuerzos de los aliados deben ir en esta dirección. Cualquier mezquindad o reticencia en el apoyo de esta posibilidad podría acabar pagándose muy cara después. El Irak futuro no debe ser peor que el que acaudillaba Sadam Huseín (y esto, que parece una perogrullada, no lo es, como bien saben los expertos en la zona). La situación no es fácil y todas las salidas presentan un buen anexo de complicaciones, pero, si las fuerzas internacionales no quieren dejar un infierno detrás, deben aplicarse a la tarea de favorecer una alternativa que, no siendo democrática, sí que sea representativa del puzzle iraquí. Por esta vía es posible ver una luz al final del túnel. Algo que representa una verdadera esperanza para Irak y para las potencias concernidas de uno u otro modo por el actual conflicto.