SÓLO HAN PASADO dos años desde la catástrofe del Prestige . Algunas rocas de Muxía siguen tiznadas de petróleo, y en los fondos marinos del Atlántico se acumulan toneladas de crudo que hacen su labor destructiva bajo dos metros de arena. Pero la verdadera realidad de aquella tragedia ya fue digerida por el tiempo, sin haber dejado el más mínimo rastro en la cultura política y ecológica de los habitantes del Finisterre. Los mismos políticos que se quedaron estantiguados ante la magnitud de un problema que no supieron calibrar, ni resolver, ni explicar, ni depurar, siguen hoy en sus despachos. El gobierno Aznar, que pagó la factura del 11-M sin tener responsabilidad directa en la masacre, pasó indemne y de rositas sobre el cabreo ritual de los gallegos. Los técnicos, que no supieron prever los riesgos, ni establecer protocolos de salvamento, ni explicar sus decisiones, ni sacar conclusiones, ni hablar con gallardía de algo que les hería en su orgullo profesional, siguen sin presentar un plan de prevención. La ínfulas controladoras de la Unión Europea ya se han acabado. Loyola de Palacio ya no habla de los petroleros de doble casco. La plataforma Nunca Máis está acomplejada por su fracaso final. Los héroes de las Rías Baixas votaron masivamente al PP. De Álvarez Cascos no sabemos nada. Y todo apunta a que, si volviese a amenazarnos otra tragedia similar, repetiríamos, con criminal exactitud, todos los errores. Lo peor, sin embargo, no son los males físicos, sino los morales. Que no sepamos distinguir las indemnizaciones por daños o por cese de actividad de las subvenciones propias de una política clientelar. Que sigamos creyendo que las cutres compensaciones recibidas salen de la generosidad de los políticos en vez de brotar de una justicia hecha con nuestro dinero. Que muchos gallegos estén de acuerdo con Fraga en que el Prestige fue una oportunidad de oro para el desarrollo de Galicia, mientras banalizamos, y en parte despilfarramos, la riada de dinero procedente de los fondos de cohesión de la UE. Que todos andemos buscando los euros virtuales del Plan Galicia, mientras vemos como discurren por la alcantarilla los millones malgastados en una catástrofe evitable. Que no recordemos que aquella marea negra surgida de un accidente ordinario se convirtió en tragedia por culpa de una incuria, una irresponsabilidad y una ineficiencia administrativa que no hemos sabido castigar. Por eso hablamos del Prestige como si fuese una leyenda anónima. Un hecho fantasmal ajeno a nuestra historia. Una plaga del cielo que no podemos evitar, o un hecho lamentable del que no tenemos nada que aprender. Dos años han pasado, pero parecen dos siglos.