AMABLE LECTOR, podría apuntarme hoy el artículo más ameno de mi vida con sólo referir las hablillas que circulan en este archipiélago balear con las vacaciones del Rey, la visita de Touriño, las clases de la Academia asnal que dicta el catedrático Cristóbal Serra o la descripción al por menor de la envoltura de Ana Obregón, que la tuve ayer a mi lado en la playa con un paparazzi detrás. Vestía pareo cristalino sobre pechos maniobrados y turgentes y cachas desbordantes de un string inapreciable que disimulaba su lacerado rostro. Eso y más, pero estoy convencido de mi carencia de dotes para abocarme a las crónicas mundanas y que, en lo que va de agosto, se me dan más los aniversarios. La semana pasada le tocó, es un decir, a Hiroshima y Nagasaki, y hoy me parece oportuno recordar o descubrir lo que fue el Winnipeg. En la noche ligera, límpida, del 3 de agosto de 1935, llena como esos globos azulados que hinchan los niños con una paja, la voz lánguida y anhelante de Neruda emitió palabras como piedras, versos de su poesía: «Que la crítica borre toda mi poesía si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie». El poema era toda la operación del Winnipeg, un carguero que zarpaba hace 65 años para Chile con republicanos españoles. No era la primera vez que el Winnipeg trabajaba para la España republicana. Había sido enviado a Odesa para transportar el material anticuado y caro que Stalin ofreció al ministro español Hidalgo de Cisneros. La travesía duraría un mes. Cuando se evoca el Winnipeg viene siempre a la mente la figura de Pablo Neruda. En realidad el poeta se limitó a seleccionar a los aspirantes al viaje, que eran unos 70.000, para dejarlo en 2.400. Todos los marineros eran comunistas, así como el comandante y el capitán. Neruda hubo de someter su opción al director de France-Navigation, naviera comunista montada ad hoc para esta clase de operaciones. M. Fried aprobaría o no la elección. En total, partieron 1.600 comunistas, 275 socialistas, 250 catalanistas, 250 republicanos sin adscripción partidaria, 20 anarquistas y algunos miembros de la CNT. Cuando el primer día llega la hora de comer, muchos refugiados se quedan in albis . Tras varias indagaciones se concluye que con la mejor voluntad Neruda había contravenido las normas de seguridad, que limitaba el pasaje a 2.000 personas. Era una locura aglomerar a tanta gente en el carguero sin avisar al intendente. Este contó los víveres de que disponía y echó cuentas: 2.400 pasajeros por tantos días hasta llegar a Panamá, donde estaba previsto reabastecer las calas. De modo que dividió las toneladas de mercancía por los días de viaje y el número de bocas. Tenía que racionar desde el primer día para evitar un desastre. Primero, hambre, y luego, veinte casos de fiebre tifoidea y uno de tifus, de forma que las autoridades panameñas retuvieron varios días el barco sin autorizarlo a pasar el canal. El Winnipeg fue recibido en Valparaíso por un representante del presidente Aguirre Cerda, el entonces ministro Salvador Allende. No me queda espacio para contar otras vicisitudes, pero admitan que ya es más sabroso que un pechugamen de esos que están hoy a disposición de cualquiera.