EL RESPONSABLE de cultura del diario danés que empezó todo no sabía la que iba a armar. Asegura que se decidió a publicar las caricaturas islámicas cuando un escritor manifestó que no encontraba a nadie que quisiera ilustrar su libro sobre la vida de Mahoma. Ningún dibujante, por miedo, se atrevía. El director de cultura afirma que estaba harto de la autocensura que, por temor de un atentado, se está instalando en Europa para examinar aspectos de la vida islámica. El asesinato del cineasta holandés crítico del islam y la condena a muerte de Salman Rushdie serían dos precedentes disuasorios. La ola de violencia, totalmente desproporcionada e injustificable a nuestros ojos, tiene varias causas. La ignorancia de una parte importante de la calle árabe, que desconoce que en el mundo occidental, con nuestra libertad de expresión, todo vale, y si el Papa o los jerarcas protestantes pueden ser ridiculizados, o Cristo o la Virgen expuestos en condiciones no siempre favorables, difícilmente se puede pedir que se sea totalmente respetuoso con Mahoma o lo que dispone el Corán (alguna de las caricaturas hacían referencia al papel sumiso de la mujer en algunas sociedades árabes, lo que repugna a muchos occidentales). Otra razón es que prácticamente ningún dirigente islámico ha tenido las agallas de salir a la palestra y explicar eso: que esta conducta licenciosa y blasfema de la prensa occidental no ha sido inventada para humillar a los islámicos ni estaba teñida de racismo. En Occidente, por lamentable que sea, que lo puede ser, nada está exento de crítica. Ni siquiera los símbolos religiosos, aunque esto implique herir la sensibilidad de millones de personas. Una foto explicativa de los líderes del tripartito catalán bufoneando con la corona de espinas habría sido así muy pedagógica en el universo musulmán. En la conducta de los dirigentes de aquellos países puede haber varias motivaciones, desde no dar alas a los extremistas de Al Qaida y asimilados hasta distraer la atención de otros graves temas. Condoleezza Rice ha dado a entender que en Irán y Siria los políticos se han puesto al frente de la manifestación en vez de frenarla. Los dos tienen ciertamente problemas: Teherán está ante el Consejo de Seguridad por ocultar que busca la bomba nuclear y Damasco ha sido acusado de asesinar a un político libanés. La primera consecuencia de la grave crisis es que importantes capas de la población islámica se sienten vejadas por Occidente. Se demoniza, novedad, no ya sólo a Estados Unidos, sino a los países europeos. Ven simplistamente una nueva cruzada contra ellos. La segunda es que en Occidente crece la percepción de lo musulmán como primitivo, intolerante y bárbaro. La tercera es que Europa, sorprendida y no siempre valiente, se ha encontrado, y se encontrará, en un brete, el de tratar de no herir la sensibilidad de culturas cuyos extremistas no vacilarán en replicar con la violencia, y defender sin tibiezas la libertad de expresión, pilar de nuestro sistema político. En las reacciones ha habido de todo.