LA OFERTA publica de adquisición de acciones (opa) lanzada el 21 de febrero pasado por el grupo energético alemán E.On sobre la primera eléctrica española Endesa -objeto ya de una precedente opa, el 5 de septiembre del 2005, por parte del grupo Gas Natural- suscita debates y controversias. El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se opone a esa operación. Considera que la energía es un sector estratégico y que, por ser Endesa la principal empresa de ese sector en España, su adquisición por una firma extranjera (aunque europea) debilitaría la posición de España y expondría a los españoles-ahora que el fin del petróleo está ya a la vista- a los peligros de un incierto porvenir en materia de energía. Tiene razón. Y resulta sorprendente que la derecha española, la cual siempre ha pretendido identificarse con el Estado, aparezca en este asunto, según las declaraciones de José María Aznar acusando al Gobierno de «nacionalismo cateto», como una auténtica «vendepatria». Eso confirma que, a la hora de la globalización neoliberal, algunas derechas se han puesto al servicio de sus nuevos amos: los grandes grupos industriales y financieros. Pero no en todos los países. En Francia, por ejemplo, y para oponerse a la opa hostil del grupo italiano Enel sobre la firma energética francesa Suez, el primer ministro (de derechas) Dominique de Villepin está favoreciendo -a pesar de las protestas de Silvio Berlusconi- una fusión entre Suez (firma privada) y el gigante Gaz de France, del que el Estado posee el 80% del capital. Francia también, con el presidente francés Jacques Chirac (de derechas) en primera fila, está dirigiendo una fuerte contraofensiva para oponerse a la opa lanzada en enero pasado por el número uno mundial del acero, el indio Mittal, contra la siderúrgica europea Arcelor, en la que el grupo español Aristrain, a través de Corporacion JMAC BV, posee el 3,55% de las acciones. De igual modo, en julio del 2005, cuando empezó a circular el rumor de que la megafirma estadounidense PepsiCo se disponía a lanzar una opa sobre el gigante francés de la alimentación Danone, el propio presidente Chirac declaró que se opondría a ello con todas sus energías. Y la operación no se hizo. En muchos estados del Norte, el dogma neoliberal está siendo ahora cuestionado. Sobre todo cuando empresas del sur quieren adquirir firmas europeas o norteamericanas. Como lo demuestra el debate actual en Estados Unidos porque el grupo portuario de Dubai, DP World (dominado por el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos) quiere adquirir el britanico P&O y hacerse con el control de seis importantes puertos estadounidenses. También hubo mucha emoción, hace unos meses, cuando el chino Lenovo lanzó su ofensiva sobre la actividad PC del gigante estadounidense IBM, o cuando la firma de Shangai Automotive anunció su deseo de comprar la sociedad germano-británica Rover. Y en el 2004, cuando el grupo cementero mexicano Cemex adquirió la sociedad británica RMC. Aunque partidarios de la globalización y de la libre circulación de capitales e inversiones, muchos dirigentes políticos empiezan a preocuparse por esta nueva fiebre de fusiones y adquisiciones. Porque cuando empresas nacionales son absorbidas por grupos extranjeros, el propio país pierde protagonismo en un mundo regido por lo económico. Y además, toda fusión se traduce siempre por la reducción del número de asalariados. A expensas de los trabajadores del país donde los sueldos son más elevados.