EL COMPORTAMIENTO un tanto atrabiliario de Manuel Conthe a lo largo de los últimos meses ha sido una sorpresa para quienes conocían su larga trayectoria como tecnócrata en organismos españoles e internacionales. En su línea de actuación reciente ha habido mucho de divismo y efectismo teatral (además de errores de juicio en un caso tan importante como el de Endesa), impropio de un cargo como el que ostenta. Y, sin embargo, en el fondo de su argumentación hay un punto de razón que es importante destacar. Porque lo que Conthe repite una y otra vez es que a él le mueve sólo la defensa del principio de independencia del organismo que aún preside, la CNMV. A ese propósito, es hora de que la sociedad española esclarezca de una vez si desea o no que tal principio -en sí mismo muy controvertido- se mantenga. Desde hace apenas un par de décadas proliferan en España, y en el conjunto de Europa, órganos públicos que se definen como independientes del poder político. Serían esos los casos de las comisiones nacionales reguladoras (del mercado de valores, la energía o las telecomunicaciones), pero también de los bancos centrales (en el caso de España, independiente desde 1995). Las razones que sustentan esa tendencia son poderosas: la experiencia internacional muestra que las agencias independientes hacen la regulación de sectores clave más efectiva, más solvente técnicamente y, como es lógico, menos dependiente de intereses estrictamente políticos; todo lo cual favorece que se extienda la confianza en la economía. En el caso de los bancos centrales, además, hay firme evidencia de que un mayor grado de independencia va asociado a menor inflación, su objetivo básico. Pero es verdad que en esa proliferación de órganos metapolíticos puede haber un problema muy profundo de legitimación. La independencia permite que, en caso de incompatibilidad de criterios entre Parlamento o Gobierno y agencia reguladora, prevalezca el de esta última, lo que constituye para muchos una intolerable perversión democrática. He aquí, por tanto, un dilema: dos términos en este punto contradictorios (nada menos que eficacia y democracia) entre los que es necesario optar. Tal vez por falta de tradición, en España los diferentes Gobiernos -el anterior, muy marcadamente- han venido eligiendo el peor camino: el del medio, que es el que provoca mayores tensiones institucionales y no acaba de proporcionar las ventajas antes señaladas. Si la desaforada defensa de su honor por Manuel Conthe ayuda a una rectificación, bienvenida sea.