Esta noche, en el mítico Trinity College de la Universidad de Cambridge, tendrá lugar la cena de celebración del 70 cumpleaños del físico británico Stephen Hawking. A él le gusta señalar que el mismo día de su nacimiento se cumplían 300 años de la muerte de Galileo Galilei, padre de la ciencia moderna; una bonita carambola que conecta a dos genios en el estudio de la gravitación.
La imagen de un cerebro encerrado en un cuerpo mudo e inmóvil, comunicado con el exterior a través de un ordenador que reacciona a tenues movimientos de su mejilla, ha hecho de él el científico más popular del mundo. Esa popularidad le ha favorecido, pero también perjudicado, porque se ha dudado si tras los flashes de la fama hay categoría científica. Claro que la hay: encajó en la teoría de la relatividad de Einstein los conceptos de big bang y agujero negro, y demostró además que estos últimos acaban evaporándose (la primera relación encontrada entre mecánica cuántica y efectos gravitatorios).
Por si faltaren más pruebas de valía, recordemos que con 37 años ganó la Cátedra Lucasiana, el trono que en su día ocupó el mismísimo Isaac Newton.