Ciclismo: la verdad estólida

Ventura Pérez Mariño PUNTO DE ENCUENTRO

OPINIÓN

15 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Los aficionados al ciclismo se pasaron un año, entre julio del 2006 y julio del 2007, defendiendo la causa de Óscar Pereiro, al que el dopado Landis le cerraba el paso de ganador del Tour. Floyd Landis había seguido el esquema que todos los ciclistas practican cuando son sorprendidos con sustancias prohibidas: proclamar su inocencia. Y hasta tal punto se lo había creído que, convirtiendo la mentira en verdad, se había arruinado. En el 2007 lo desposeyeron y dando tumbos, pobre, acabó diciendo la verdad en mayo del 2010: «Quiero limpiar mi conciencia, no quiero seguir siendo parte del problema». La frase no es un mal final. En nuestro país hay muchos que quieren seguir siendo parte del problema: Heras, Valverde, Astarloza, Óscar Sevilla... suspendidos en su día, han vuelto pero no han reconocido sus devaneos con lo prohibido, preocupados tal vez en ser más opacos en las próximas carreras. Y al igual que con los deportistas ocurre con las autoridades que no quieren ahondar en nada que suponga poner en duda la capacidad de nuestros atletas. Y en ese sentido no escuchan cuando el presidente de la Unión Ciclista Internacional proclama que en España hay un verdadero problema de dopaje.

Aquí hacemos lo contrario: matar al mensajero y casi retiramos a los embajadores cuando los guiñoles aparecen en las pantallas francesas. Ya lo había hecho Rodríguez Zapatero y ahora, enzarzados por presidir la manifestación, todos los rábulas (abogados charlatanes) no paran de alimentar el populismo. Ni tirios ni troyanos se pararán a defender al Tribunal Internacional, no sea que se les tache, como a los liberales del siglo XIX, de afrancesados.

Defienden algunos el dopaje con argumentos imposibles de compartir. Es cierto que separar lo artificial de lo natural es a veces acertado: por ejemplo, nadie objeta que se le haga la ortodoncia a un niño, o se le corrija un tabique nasal deforme, pero todo con control y buena lógica. Dejar a los deportistas la administración de sustancias que los hacen más competitivos sería entrar en la senda de la monstruosidad. Con transformaciones genéticas crearíamos deportistas perfectos, magníficos encestadores o cualquier otra barbaridad, y después con el dopaje los haríamos más competitivos. Y, no les quepa duda, muchos padres pedirían un crédito con tal de ver a sus hijas provistas de raqueta en los aledaños de Roland Garros, o incluso cortarían algún tendón a más de uno, como se hace con los caballos de salto. Y entre tanto, los ciclistas, emperrados en que no, siguen defendiendo su verdad estólida (negar lo evidente) y las autoridades deportivas, con la estrábica mirada habitual. Unas me van y otras me vienen.