E s buen momento para recordar que vivimos encima de una bola sobre la que flota una finísima capa de gas. Las ecuaciones que rigen la física de la atmósfera son complejas y el buen o mal tiempo no depende solo del pedacito de cielo que tenemos encima de nuestras cabezas. Por ejemplo, algo que sucede en el océano Pacífico podría estarnos afectando. Allí se está produciendo el fenómeno conocido como La Niña: un desplazamiento masivo de agua cálida desde la costa de Sudamérica hasta Australia. Resultado: a los australianos les aparece un tiempo cálido y lluvioso, y a los chilenos, seco y frío. Ahora bien, si tenemos en cuenta que el océano Pacífico ocupa un tercio de la superficie del planeta, se puede intuir que los efectos se notarán en más lugares, como así se ha descrito. Sobre el clima global mandan aún más los polos, a los que hemos herido con agujeros en sus respectivas capas de ozono, alterando también las condiciones del juego climático. No hablemos ya del CO2. Recordemos que, como dice James Lovelock, el planeta y nosotros somos un único sistema conectado, donde todo acto tiene su consecuencia.