Parece, pero no lo es, el título de una película italiana, aunque escribimos en un ámbito común apaleado por la crisis que con inusitada saña golpea los dos países. El fin de la clase media comienza a ser una certidumbre donde hace unos meses era solo una amenaza. El fin de la clase media anuncia el final de la democracia formal una vez que se derriban los pilares del templo de la sociedad del bienestar que construimos sobre un lecho de arenas movedizas.
España es un país en almoneda atacado por los ocho nuevos jinetes del apocalipsis que son los llamados eufemísticamente mercados, detrás de los cuales se emboscan ocho fondos de inversión o similares que se han propuesto que colguemos sobre la raída piel de toro el cartel de saldo.
Rajoy hizo los deberes de la primera cartilla de las tareas pendientes de verano, anunció el duro peaje a pagar e intentó los viejos trucos de economagia haciendo aparecer un IVA con el mayor incremento de Europa y haciendo -nada por aquí, nada por allá- desaparecer la paga extra de Navidad a millones de funcionarios. Sin darse cuenta, o ignorando, que el primer objetivo de la economía es la satisfacción de las necesidades de las personas. El futuro se está diseñando entre la avaricia económica y la codicia o quizás la lujuria política.
Con un horizonte de nuevos despidos, de la anunciada caída del 2 %, con el previsible incremento del desplome de la demanda con el consumo pasando a la clandestinidad, nadie se acuerda del más grande ejército de parados, de desempleados que ya rebasan los cinco millones. O sí, se les cercena el seguro de desempleo para «que busquen trabajo» (sic, más o menos) en donde no hay.
Hay que actuar contra el mainstream, contra el pensamiento dominante en lo económico; la crisis es fundamentalmente una gran quiebra en los valores del andamiaje ético; la económica, la financiera, es solo una consecuencia.
Señalaba el profesor García Echevarría que las próximas generaciones -ponía un especial acento en la ruptura intergeneracional- quedan desfalcadas. Son los durísimos daños colaterales de esta locura que estamos viviendo.
Y una vez más, como siempre, la clase media en el epicentro de todos los seísmos que han conformado la crisis. Estamos sembrando la semilla de la pobreza, justificando una cierta lectura de la indigencia, poniendo en solfa las conquistas sociales, caminando como los cangrejos no sé si hacia atrás o por la vereda que conduce al precipicio.
Pasará Rajoy, más pronto que tarde, vendrán otros presidentes, magos y ventrílocuos, vendedores de nadas y fantasías dialécticas, pasará páginas la historia, pero la herida profunda de la crisis, la niebla que envuelve este lustro y el que vendrá, nos seguirá impidiendo ver los primeros rayos de un sol tibio.