Expertos italianos especialistas en sísmica emiten en el 2009 un informe minimizando los riesgos de un posible terremoto en L?Aquila (Italia). Carezco de espíritu corporativo, así que no me duelen prendas a la hora de criticar a mis colegas italianos por su error. La sentencia condenatoria que ahora han recibido debe alertar a quienes prefieren tranquilizar antes que alarmar. La fatalidad hizo que se incumpliera un pronóstico benigno dando en cambio 309 muertos, millones de euros en pérdidas y 30.000 personas afectadas. Dos años mas tarde en Fukushima, Lorca, Haití, Chile, Islandia, volcanes y seísmos asolaron otras partes del mundo con efectos desiguales, pero casi siempre con numerosas pérdidas humanas y/o materiales, aunque esta vez no hubiera avisos de peligro ni informes tranquilizadores. Otras veces, verano del 2011, la amenaza de erupción de un volcán submarino próximo a El Hierro (islas Canarias) tuvo a la población en vilo durante semanas aunque esta vez los científicos sí solicitaron medidas de seguridad: evacuación de la población, desplazamiento de la Unidad Militar de Emergencia (UME), restricciones a la circulación en la isla aunque el volcán no llegó (aún puede hacerlo) a entrar en erupción. La actividad geológica terrestre no se controla, a lo sumo se previene, para minimizar sus efectos. Pero casi siempre quien debe considerar esta información la infravalora o aun la desdeña. Siempre son nuestros dirigentes asesorados por comités de científicos dóciles los que nos tranquilizan con un «todo está controlado». Así dijeron los expertos después de Fukushima con toda España inquieta por la seguridad de sus centrales nucleares, la mayoría en la costa mediterránea hasta que Lorca hizo removerse en sus asientos a los responsables de Protección Civil y a la Comisión de Energía Nuclear. Pero reparemos en la sutil ocultación de las pérdidas humanas producidas por el tsunami de Japón debidas a una desastrosa planificación del uso del territorio y cómo se orientó la polémica hacia el dúo centrales nucleares-seguridad. Pero en el caso de L?Aquila la acusación particular ha interesado a un juez que ha procedido contra los científicos dóciles encausándolos y condenándolos. Me pregunto lo que hubiera ocurrido si el comité de expertos hubiera recomendado revisar la estabilidad de las construcciones que por su antigüedad eran anteriores a la actual normativa sísmica de construcción. O si los 4 meses que duró la actividad sísmica a razón de 3 sismos por día al final no hubieran acabado en nada. Pero sorprendentemente un informe científico, esta vez vinculante, transformó a los geólogos en los paganos del desastre. No son responsables en cambio los que debían haber adecuado los edificios destruidos a la normativa sismo resistente vigente en una zona tan peligrosa.