Las encuestas recientes nos dijeron que 8 de cada 10 habitantes de Cataluña de 18 y más años de edad reclaman el derecho a contestar a cualquier pregunta; 7 de cada 10 quieren que se someta a referendo la independencia de Cataluña; 6 de cada 10 creen que el Estado catalán es económicamente viable, y en ese caso su nivel de vida aumentaría; 5 de cada 10 votarían a favor de la independencia de Cataluña, pero serían 4 con un buen acuerdo económico y fiscal. En Cataluña, la mayoría social considera que España les cuesta un dinero que no pueden pagar, y este hecho la inclina del lado de una hipotética Cataluña independiente de España, pero dentro de la Unión Europea. En definitiva, Artur Mas creó en esta precampaña un estado de opinión donde esto sería posible bajo su liderazgo.
Sin embargo, la iniciativa del líder convergente se ha dado de bruces con una Unión Europea de construcción franco-alemana, blindada para evitar precisamente lo que quiere plantear. Artur Mas ha jugado a las cuestiones de principios: una legislación en la que el único veto del Estado implicado en un conflicto de soberanía, en este caso España, es suficiente para liquidar el problema, es una legislación de verdades oficiales. Porque tan insostenible es la posición política que niega el conocimiento, el dato de cuántos quieren la independencia en Cataluña, como aquella otra que cuestiona la condición de nación europea a los ciudadanos de este territorio cuya identidad nacional es la catalana, que además son la mayoría social; más nación que Luxemburgo, en todo caso. Verdades oficiales, la española y la comunitaria, que conculcan el universal derecho a la autodeterminación de los pueblos en aras a la estabilidad de un espacio monetario común, que no de otra cosa. Catalonia is Spain, le dice taxativamente la UE al líder de CiU, por lo menos tanto como Córcega is France.
Parecía que Artur Mas llevaba cartas, aunque fue Duran i Lleida quien rebajó drásticamente la expectativa soberanista, advirtiendo que esa Cataluña independiente no formaría parte de la Unión Europea, es decir, del sistema euro, terminando ahí la viabilidad económica y el mejor nivel de vida: España nos cuesta un dinero que no tenemos, pero salir del euro nos cuesta aun más. Luego CiU ya solo tiene que perder; si se impone el concepto sumiso al euro, perderá los votos sobre todo soberanistas; si se muestra insumisa, perderá los que veían en la independencia una oportunidad económica. Poco quedará para la campaña, el descalabro del PSC-PSOE ya está descontado en todas las encuestas, lo mismo que una moderada regresión del PP. Quien debe fracasar en toda la regla es la coalición ICV-EUiA de Joan Herrera, suma de nomenclaturas para conservar su escaso poder antes que otra cosa, lo que les lleva a proponer el Estado catalán confederado y lo contrario. Los comunistas de Nuet, un líder de diseño y mucho miedo a representar algo más que a la vieja izquierda del siglo XX, van camino de la detestable autorrepresentación. Nada que ver con el nuevo espacio ciudadano de ruptura que acaba de ocupar Beiras en Galicia.