L a distinción que hacen los anglosajones, tan aficionados a los dulces, entre marble cake y layer cake podría ser de gran utilidad para aclarar la forma en que el PP debe hacer frente a las responsabilidades que ha contraído en el ignominioso caso Bárcenas.
Un marble cake es un dulce cuyos componentes están todos mezclados entre sí. Es lo que llamamos en España un dulce marmolado (término este poco usado) del que el turrón podría ser un buen ejemplo. El layer cake es un dulce hecho por capas: digamos, para entendernos, la famosa tarta con galletas Chiquilín.
Pues bien, afrontar el caso Bárcenas como si fuera un marble cake (que es lo que, pro domo sua, está haciendo torpemente la oposición parlamentaria) es, curiosamente, la mejor forma de que el PP no asuma ninguna responsabilidad, refugiado en una proclama que tiene parte de verdad y parte de mentira: la de que hasta que los tribunales se pronuncien sobre el caso que el juez Ruz está instruyendo no le toca mover ficha.
Ocurre, sin embargo, que el caso Bárcenas es, en realidad, un layer cake, dado que en él existen distintas capas, que exigen, por lo mismo, tratamientos diferentes. Ciertamente resulta hoy improcedente, por desproporcionado, exigir la dimisión del presidente del Gobierno por haber cobrado los supuestos sobresueldos de los que habla el extesorero del PP, cuando no existe una sentencia judicial que acredite como hechos probados y delictivos tales pagos. Esta es una de las capas del caso Bárcenas y sobre ella toca esperar a que los tribunales se pronuncien para, en función de tal pronunciamiento, depurar las responsabilidades oportunas.
Pero junto a esa capa, hoy sub iudice, hay otra, sin embargo, en la que las responsabilidades del PP son ya evidentes, al margen de lo que digan los jueces en su día: hablo, como el lector más avisado habrá supuesto, del trasiego por la tesorería del Partido Popular de lo que el otro día Xosé Luís Barreiro calificaba, con gráfica expresión, como «feixes de billetes».
Y es que, cuando el extesorero del PP tiene en diversas cuentas repartidas por el mundo miles de millones de pesetas, ello quiere decir que las finanzas del PP eran una formidable cueva de Alí Babá, en la que reinaba el descontrol, el laissez faire-laissez passer, el hacer la vista gorda y el llenarse los bolsillos. Es por ese pandemónium, que nadie se atreve ya a negar, por el que el PP debe asumir responsabilidades de inmediato, con dimisiones o ceses fulminantes. No tiene que dimitir Rajoy (como no lo hizo González en el caso Filesa, Aznar en el caso Naseiro o Duran i Lleida en el caso Pallerols), pero algunos de los responsables del desaguisado tienen que pagar: es lo que exige moralmente la decencia y políticamente una democracia digna de tal nombre.