No pretendo descifrar el jeroglífico del recibo de la luz, ni desenmascarar el lobby de las eléctricas, ni destapar las componendas de este y de aquel Gobierno en materia energética. Tiempo habrá para ello. Hoy, a cuatro días de una nueva subida de las tarifas, solo quiero informarle, estimado lector, de algunas consecuencias que acarrea su propensión a encender el televisor, poner la lavadora o ducharse en agua caliente.
Sepa usted que las familias españolas pagan la electricidad más cara de toda Europa. En puridad, todavía nos superan irlandeses y chipriotas, pero al ritmo que vamos corregiremos esa anomalía en cuestión de meses. El kilovatio hora nos sale por un ojo de la cara: el recibo medio supera en un 80 % al de los franceses y es 2,6 veces superior al de los búlgaros, los reyes del mambo en este ámbito. Y no crea que el sobreprecio responde a la escasez de oferta: al contrario, la sobrecapacidad productiva y la demanda menguante constituyen factores desequilibrantes del sistema.
Sepa usted que, si pagásemos únicamente el precio resultante de cada subasta, la tarifa eléctrica se reduciría a menos de la cuarta parte. Como lo oye. Y eso que la puja, teóricamente «en libre competencia», se parece a la descrita por Adam Smith lo que el tocino a la velocidad. Aún así, un recibo de 50 euros se transformaría, milagrosamente, en uno de 12 euros. O de 30 euros si asumimos, como parece razonable, el pago de impuestos y los costes de transporte y distribución de la energía. ¿Y los veinte euros restantes?
Sepa usted que las subvenciones a los productores de energías renovables corren a cargo de nuestro recibo de la luz. Unos 10.000 millones de euros al año, más de la quinta parte de la factura que soportamos, tienen ese destino. Nos cuestan tanto las primas a las renovables como toda la energía eléctrica a precio de fábrica.
Sepa usted que, como consumidores de electricidad, estamos fuertemente endeudados. Debemos no menos de 30.000 millones de euros y nuestros recibos, por si tuvieran pocos agujeros que taponar, deben también afrontar el pago de amortizaciones e intereses. Y solo hay dos maneras de reventar esa losa: o bien aligerando las cargas colgadas en el recibo de la luz, o bien mediante el estiramiento exponencial de las tarifas.
Los Gobiernos, apenas con diferencias de matiz, han optado por la segunda vía. Desde el año 2003, el recibo anual medio ha subido de 360 a 800 euros. 440 euros más o, utilizando el baremo propuesto en su día por el ministro Miguel Sebastián, 440 cafés menos al módico precio de un euro por taza. A este paso nos quedaremos sin café. O, peor aún, sin barra de pan.