El dinero de la terrorista

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

31 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando un terrorista de ETA se sienta en el banquillo para ser juzgado, lo primero que suele hacer (hay bastantes excepciones) es no reconocer al tribunal. Utiliza el euskera, se niega a responder a las preguntas y acompaña esa declaración con algún improperio a la Justicia española. Pero atención: cuando ese mismo terrorista quiere obtener algo para sí mismo, reconoce al tribunal, sigue los trámites correctos y no hace reverencias al juez por si le hacen una foto. La recién liberada Inés del Río se encomienda ahora a la generosa Justicia española para tratar de que le paguen los 30.000 euros que Estrasburgo le reconoce como indemnización por el tiempo de más que el opresor Estado español la tuvo en la cárcel.

La señora Del Río y su abogado saben perfectamente que no tienen posibilidades de que su recurso prospere. Ella debe infinitamente más dinero a las 24 familias de las personas que asesinó. Infinitamente más dinero. Presentan recurso porque es costumbre habitual de los abogados, españoles y de todo el mundo. Aquí se recurre todo, incluso la condena a José Bretón por supuesta violación de sus derechos de defensa o porque el jurado estaba contaminado. Y los abogados mantienen la esperanza de sus defendidos, porque puede haber suerte, tocar un juez comprensivo o que la acusación tenga una mala mañana. Así se atascan los tribunales superiores y el Supremo.

La terrorista tiene derecho, por supuesto, a reclamar lo que quiera. Tiene incluso derecho a gastarse los 30.000 euros en asistencia letrada, aunque solo sea por fastidiar. Pero yo voy a decir una barbaridad: que no se le ocurra a ningún juez reconocerle derecho a cobrar ese dinero. Este país es capaz de digerir su puesta en libertad, aunque sea vomitando. De hecho, hoy, a la velocidad a que vuela la información, ya parece una historia lejana. Pero sería muy difícil de perdonar que, encima, el Estado la tuviera que indemnizar. Eso sería entendido como una humillación colectiva, como una provocación, como una ofensa a la dignidad. De hecho, el rechazo se expresa diariamente en una frase expresiva que hemos utilizado todos: «Solo faltaría que le hubiera que pagar».

En este país hemos aceptado que las leyes no siempre coinciden con los sentimientos, y debemos felicitarnos de que no hagamos de ello una cuestión de dignidad, como tanto nos ocurrió en la historia. Pero ni un paso más. Y voy a escribir otra barbaridad: si a la terrorista la acompañara la legalidad, que no la acompañe la decencia. Es decir: ni un euro. Ni un céntimo de euro. Y si tiene que vivir de la caridad, lo siento mucho, pero solo ella se lo ha buscado. Muchas familias decentes también viven de la caridad. Y no han hecho daño a nadie.