La Cámara baja aprueba la enésima modificación de la Ley de Tráfico. Tampoco para este nuevo viaje hacen falta alforjas. Elevar el límite de velocidad de circulación a 130 km/h en algunos tramos de autopistas y autovías es casi nada y sirve para atender más a las señales y a los velocímetros que a la carretera misma. El mínimo incremento de la cuantía de sanciones por alcoholemias no es coherente con su incidencia en la accidentalidad en el tráfico, tantas veces de consecuencias extremas. Si se admite la bondad del uso de casco para ciclistas y se hace obligatorio para adultos en vías interurbanas y para menores de 16 años en vías urbanas, ¿se justifican acaso las escasas excepciones? La prohibición de detectores de radares estaba ya en el Reglamento General de Circulación. La inmovilización de vehículos pesados interesa menos en este espacio y es curiosa la innovación acerca de atropellos cinegéticos. Entonces, ¿enhorabuena a los diputados?