En España, desde hace 37 años, la política y las obras -todas las obras, en todas partes y con absoluta exención de racionalidad- fueron términos equivalentes. Los partidos mayoritarios centraban sus campañas en prometer obras. Y los que estaban en la oposición buscaban la chapuza que el poder había olvidado, o la que se había retrasado, para proponerse como garantes de aquel maná de cemento y asfalto que el pueblo consumía con rara avidez. Así que la frase más citada de España fue una tosca tergiversación del versículo más popular de San Mateo (7,15) -«por sus obras los conoceréis»- que los alcaldes citaban con entusiasmo misionero.
Fruto de aquella orgía, España entera se convirtió en un museo de irracionalidad e ineficiencia que hoy sufrimos en forma de durísimo ajuste fiscal y laboral, sin que nadie -y menos el pueblo- se sienta responsable de aquella locura regada con votos. Pero tan pobre cultura democrática acaba de quebrar súbitamente en Burgos, donde el alcalde se vio sorprendido por el pueblo que habita el Gamonal, que, extrañamente encantado con su barrio, no quiere ver las obras ni en pintura. Y lo que a mí me extraña no es que la gente haya cambiado -«oh fortuna, velut luna, statu variabilis»-, sino que -haciendo honrosa excepción de Roberto Blanco- a ningún experto le haya chocado esta inopinada mutación de la verruga burgalesa, que amenaza con lanzar metástasis de 15-M hacia toda España. Los médicos dicen que una verruga no debe preocupar si no evoluciona en formas extrañas e imprecisas, y por eso asumo la obligación de, en vez de encandilarme con esta manifestación de civismo revoltoso, ponerla bajo atenta y preocupada observación.
La causa real de esta procesión cívica -que parece extenderse a toda España como la devoción al Cristo de Burgos- hay que buscarla en que los vecinos quieren aparcar gratis delante de sus casas, y que, dando por sentado que la ciudad no es un complejo orgánico esencial, se han apropiado -literalmente- de su calle. Gracias a la crisis, que otorga apariencia de racionalidad a las grandes machadas, el simple hecho de retar al poder se ha convertido en espectáculo de masas, y por eso los sucesos de Burgos concitaron un apoyo masivo a la idea de que la algarada tiene mayor legitimidad que el alcalde, que parece no representar a nadie, detentar un poder usurpado, actuar fuera de la ley y los procedimientos, y saltarse las exposiciones públicas. Solo chupa del bote.
La idea de espacio común ha desaparecido, y los vecinos del Gamonal tienen tan seguro como Fraga que «la calle es suya». Y por eso quiero discrepar de la opinión dominante, para pronosticarle al movimiento Gamonal un fracaso como el que cosechó el 15-M. Porque el comprensible deseo de molestar al Gobierno y al PP no puede convalidar tanta irracionalidad democrática.