Este año hay dos películas sobre navegantes en solitario, o que deberían navegar en solitario. Una con Robert Redford (que está sensacional y que demuestra que está mejor cuando interpreta con talento y se preocupa menos de retocarse las arrugas) y otra francesa con el carismático Françoiz Cluzet (el que arrasó con Intocable). Las dos aventuras son perfectas para estos tiempos. Ahora más que nunca navegamos en solitario o casi en solitario. La vida contra la crisis se ha convertido en una travesía. Dos son las visiones que experimenta quien intenta cruzar un océano en una pequeña embarcación, según los relatos de los que lo han hecho. Suelen pensar en su lucha contra la soledad que viajan acompañados, que hay alguien con ellos. Algunos hasta entablan conversación con esa sombra. Ese fantasma, creen los expertos, es una fórmula que busca la mente para protegerse. Y la otra visión que tienen es alucinante. Dicen que ven en el horizonte del océano por tratar de avanzar gasolineras. Lo que leen: se les aparecen gasolineras. Es una manera de soñar con lo que más necesitan, parar, repostar. Venimos al mundo, por muchas gasolineras que haya en el camino, como nos vamos: de uno en uno.