Mis recuerdos de un gran hombre

Víctor Moro MIRANDO MÁS LEJOS

OPINIÓN

24 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Vivimos en un país necrófilo en el que a la loa o al elogio personal solo se llega después de la muerte. Por supuesto cuando se trata de un personaje político esta condición es más evidente pues con frecuencia las confrontaciones entre partidos los aleja de su obligación de servicio a la sociedad. Hoy los partidos dedican buena parte de su actividad a la crítica del contrario olvidando su ejecutoria anterior nada ejemplar. Muchas veces me recuerdan al micromundo de mi Ribadeo natal donde vivía Paco de la Contraria, estimado convecino así apodado por su adicción a la controversia: «¿De qué se trata, que me opongo?», pontificaba en el Mediante entre una atmósfera irrespirable por el humo de los fumadores.

Ayer conocimos el fallecimiento de Adolfo Suárez, primer presidente democrático de España después muchos años de dictadura tras la catástrofe civil del 36, y ya aparecen los panegíricos desde distintos ángulos políticos, incluso desde aquellos que lo combatieron con epítetos injustificados, poniendo en su camino de derecha a izquierda todos los atrancos posibles para que su proyecto no prosperara. Mis recuerdos de Adolfo Suárez se remontan a finales del año 1975 en el que Leopoldo Calvo Sotelo me arrastra a la Dirección General de Pesca Marítima con el primer Gobierno de la monarquía y ya con UCD obtuve acta de diputado por Pontevedra en la legislatura constituyente. Es entonces cuando tengo más relación con Adolfo. Cuando llegué al partido lo hice con la candidez propia de un neófito que comulgaba plenamente con sus objetivos: reconocimiento de los partidos políticos, elecciones democráticas, aprobación de una Constitución consensuada entre todos para depositar la soberanía en el pueblo español y por lo que me atañía más directamente en la Dirección de Pesca, como le expuse oportunamente, tratar de mantener la actividad pesquera en todos los caladeros habituales como así hicimos, suscribiendo un Tratado Marco con la UE que posteriormente, recorte tras recorte, limitó nuestra presencia en los caladeros comunitarios culminada definitivamente en el Tratado de Adhesión como reconoció Fernando Morán. Aunque la política en sentido estricto no era mi preocupación inmediata, pues con la pesca tenía tarea suficiente, pronto me di cuenta de las maniobras internas de poder dentro del partido: por un lado los cristianos, por el otro los franquistas reconvertidos, más allá los que se denominaban progresistas, que aún hoy no sé lo que es y entreverados en esta dispersión, profesionales de la política cuyo objetivo solo era permanecer, incluso informando al adversario para asegurar su futuro. En este cuadro y con una oposición feroz, incluso desde la difamación que todavía se practica, en un clima social tormentoso, con graves atentados terroristas y una situación económica depauperada, siguió adelante Adolfo hasta conseguir sus anunciados objetivos para por último marcharse a casa, ligero de equipaje, con su honorabilidad intacta que se acrecienta al paso del tiempo. Se encontró solo ante la indiferencia de personas e instituciones que defendió y apoyó lealmente. Sobre la descomposición de UCD tuve con él más de una conversación. Principalmente en ocasión de una reunión para decidir la posición del partido ante la petición andaluza de autonomía. Prosperó la de quienes se opusieron. Yo advertí en esta reunión del grave error de aquella decisión y Andalucía se perdió para siempre. En otras ocasiones tuve oportunidad de comentarle la debilidad del partido por las intrigas internas. Y públicamente cuando vino a Vigo para apoyar las elecciones de 1979 en las que renuncié a participar para volver al Banco de España, le advertí nuevamente de la descomposición de la UCD, presa de las ansias de poder de alguna de sus facciones mas activas, con políticos profesionales que solo atendían a su permanencia. Años después los socialistas ganaron ampliamente las elecciones. La último vez que estuve con Adolfo fue en la casa de veraneo de Manuel Jiménez de Parga en Cataluña. Continuaba con su atractivo personal, con su conversación amena y convincente, con sus dotes innatas de político creíble. Adolfo nos deja un ejemplo de político generoso, honrado y eficaz. Nos llevó de la dictadura a la democracia sin contratiempos mayores. En el futuro inmediato los partidos principales debieran afrontar en un pacto de Estado generoso, la grave situación social y económica que padece España.