Es la primera, sí, la primera mujer y la primera de origen español. Anne Hidalgo es la flamante nueva alcaldesa de una de las metrópolis más fascinantes del mundo: París. Y, por si fuera poco, el nuevo primer ministro francés también es de origen hispano, Manuel Valls. Gaditana una, catalán el otro. No se trata de la conquista de Francia por nuestro país sino la constatación más evidente de cómo gracias a la tolerancia, a la integración y al esfuerzo se pueden lograr metas de gran relevancia incluso lejos de casa.
Sin embargo, es paradójico que dos puestos de tanta trascendencia sean ocupados por nacionalizados franceses cuando el racismo parece aumentar en el país galo, tal y como se extrae del informe anual para el 2013 de la Comisión Nacional Consultiva de los Derechos del Hombre de Francia cuyos datos confirman que ocho de cada diez encuestados así lo creen.
Otra cuestión son los retos que ambos tendrán que afrontar para desarrollar sus nuevas funciones. Francia no vive, ni mucho menos, su mejor momento. La crisis ha golpeado el país con dureza, aunque, aparentemente, haya superado el primer embate con menos traumas que nosotros. En cualquier caso, el paro se sitúa en el 10,9 % frente al 25,8 % que registra España, el déficit público fue de 4,2 % en el 2013, y el crecimiento previsto para este 2014 no superará el 1 %.
Para paliar la crisis, el Gobierno socialista de François Hollande impulsó una serie de medidas contrarias a su programa electoral, pero no obtuvo los resultados previstos, lo que ha perjudicado seriamente su credibilidad. A pesar de tener el índice de popularidad más bajo de la historia de la Quinta República, Hollande aguantó al Ejecutivo hasta ahora.
Ha sido preciso el vapuleo electoral de la derecha, confirmado en la segunda ronda de los comicios locales celebrados este fin de semana, y el temible ascenso de la extrema derecha, para que, siguiendo las recomendaciones, incluyendo las de la nueva alcaldesa de París, la socialista Hidalgo, remodelase su Gobierno.
El nombramiento de Manuel Valls es un guiño a la derecha para atraer a los más descontentos con su Gobierno, aunque ello suponga la separación de los verdes. Veremos si, además, reactiva a un país necesitado de tantos estímulos económicos como morales.