Mi perplejidad iba creciendo. En el plató de una cadena privada de televisión se sentaban cinco candidatos que pretendían ocupar un euroescaño tras los comicios de mayo. Uno de los periodistas que intervenían en el programa emitido en prime time en la noche del sábado, inició un pequeño test acerca del conocimiento que tenían los candidatos sobre el Parlamento Europeo y pidió por riguroso turno que señalaran al menos dos de los padres fundadores de la Unión Europea. Fue entonces cuando mi estupefacción logró índices de difícil cálculo. La candidata gallega de un partido animalista, en lugar de contestar una animalada se disculpó señalando desconocer los nombres de quienes sentaron las bases de la nueva Europa, un candidato catalán de una multicoalición fue el siguiente en mostrar su ignorancia, en idéntica medida que un juez estrella, el tal Elpidio Silva, que hizo malabares para contestar erróneamente. Solo el politólogo de Podemos y el actual vicepresidente del Parlamento Europeo, Vidal Quadras, estuvieron a la altura de las respuestas, ¡no faltaría más!
El tertuliano líder de obviedades, otro de los participantes, Javier Nart, navegó entre dos aguas.
El bochorno que experimenté escuchando la demagogia compartida por la media docena de pretendientes a los escaños de Estrasburgo me hizo reflexionar acerca del sentimiento de pertenencia de los españoles con respecto a la Europa que queremos.
No somos euroescépticos, somos euroanalfabetos. Para muchos aspirantes a políticos, Europa es solo una entelequia, un más allá, un reino de la señora Merkel. Y en lugar de ser la gran fábrica de sueños probable, un territorio común, fuerte y vigoroso, un espacio de progreso y tolerancia, es solo la ubre nutricia de los fondos estructurales que han servido para construir aeropuertos sin aviones, palacios de congresos sin congresos o museos sin contenido.
Urge una campaña larga y duradera de pedagogía europea, de contar cómo y quiénes somos, de volver a revalorizar la política como un ejercicio de calidad frente al low cost miserable que estamos viviendo.
Yo que me obstiné en educarme literariamente leyendo a los grandes autores que escribieron Europa, a los Stendhal, Goethe, Mann o Pavese, y también en el campo del pensamiento político a los Schuman o De Gasperi, no puedo concebir tan altas cotas de ignorancia televisada. Y si no resultara pretenciosa la frase, debería añadir que me apena esta España, que desprecia lo que ignora, e ignora mucho.
La banalidad, la mediocridad, el desconocimiento universal, acamparon en el corazón frágil de esta sociedad. No tenemos remedio, de mal en peor.