L as Administraciones públicas gastaron en el primer trimestre del año 2.494 millones de euros más que en los tres meses anteriores. Esa frase resume -asómbrese, amigo lector- toda la fantástica recuperación de la economía española en el susodicho trimestre. Lo dice la contabilidad oficial y yo me limito a transcribirlo. No hubo más. El resto de la demanda interna y externa, en su conjunto, disminuyó en más de mil millones de euros. La varita mágica que nos ha puesto en la senda del crecimiento se llama consumo público. Gasto corriente, quede claro, que la inversión se contabiliza en otro epígrafe.
Conviene remachar lo dicho para no dar lugar a interpretaciones torticeras. La economía española creció un 0,4 % en el primer trimestre, el doble que la media de la eurozona, porque nuestros gobernantes, tal vez hartos de manejar las tijeras, gastaron 2.494 millones más. En qué lo hicieron, qué partidas incrementaron con ese dinero, no lo aclara el señor Montoro. Y tampoco parece que la oposición, sumida en el marasmo poselectoral y en las convulsiones producidas por la abdicación del rey, muestre excesivo celo en conocer los intríngulis de esa anomalía. Lo cierto es que, sin ese gasto adicional, España, en vez de crecer, se hubiera contraído cuatro décimas: y ahora estaríamos aterrorizados, con los pelos como escarpias, vislumbrando el abismo de una tercera recesión.
Por si fuera poco, por encima de esos 2.494 millones planea la sombra de la sospecha. Algunos economistas, los tocapelotas habituales, sostienen que el crecimiento del gasto público es meramente ficticio. Nuestros gobernantes, según esa versión, no han trocado la austeridad a ultranza por el despilfarro ni se han convertido al keynesianismo. Simplemente ejercitaron un elemental truco contable: dejar reposar en el cajón las facturas del último trimestre del 2013 y abonarlas a comienzos del año siguiente. ¿Y por qué iban a hacer tal cosa? Sencillamente, para matar dos pájaros de un tiro: maquillar el déficit público del 2013 y, de rebote, vestir el santo del crecimiento en el 2014. Los indicios son tan evidentes, los números tan cantosos, que bien haría el Gobierno en bajar a la arena del detalle para salvar su honorabilidad. Si puede.
Fuera de la remontada del gasto público solo encontramos el páramo. Cactos en vez de brotes verdes. La demanda exterior, que antes tiraba del carro, se ha transformado en lastre. La competitividad supuestamente ganada a base de destruir empleo y recortar salarios parece haber agotado su recorrido. En cuanto a la demanda interna, la inversión descendió entre enero y marzo, rompiendo la racha de crecimiento registrado en los dos trimestres precedentes. Solo el consumo de los hogares mejora una pizca, pero a menor ritmo que en la segunda mitad del 2013. Menos mal que, con truco o sin truco, aún nos queda el otrora denostado gasto público.
-Oiga, olvida usted que llevamos cuatro meses consecutivos de creación de empleo. ¿No le parece prueba suficiente de que ya hemos superado la fase crítica?
Ojalá fuera así de simple. Pero hay dos cosas que ninguna sociedad ha logrado hasta la fecha: la cuadratura del círculo y crear empleo en una economía estancada. Lo que sí se puede es repartir la miseria. Por ejemplo, escindir un empleo de 1.000 euros en dos de 400. ¿Será este el modelo al que estamos abocados?