República presidencialista

J.J. Sánchez Arévalo AL DÍA

OPINIÓN

21 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Considero que la abdicación de su majestad Juan Carlos I de Borbón es una ocasión histórica para entregar a la ciudadanía la libertad constituyente de la que careció en 1978. Es necesario abrir un proceso constituyente en el cual la nueva Constitución establezca un sistema de poder diametralmente opuesto al vigente:

Una república, para establecer el principio democrático en la elección del jefe del Estado.

Un sistema de Gobierno presidencialista, no parlamentario, para separar en origen los poderes ejecutivo y legislativo del Estado. Tal separación de poderes permitiría que el poder legislativo no estuviera indefectiblemente sometido a los designios del poder ejecutivo, y a su vez reforzaría las facultades de control entre poderes propias de toda democracia. Adicionalmente, entiendo que la implicación de todos los españoles en la elección directa del presidente en una circunscripción nacional única, sin la mediación de las facciones parlamentarias, puede contribuir a la resolución del problema territorial de España mucho más que una monarquía parlamentaria que se ha demostrado inoperativa al respecto.

Abolición del sistema electoral proporcional de listas e implantación del sistema mayoritario uninominal, como el vigente en Estados Unidos, el Reino Unido o Francia. Entiendo que este sistema es el único que puede establecer un mínimo vínculo de representatividad entre el diputado y los electores, por encima de la sujeción a las cúpulas de los partidos.

Abolición del Tribunal Constitucional y transferencia de sus competencias al Tribunal Supremo, como única vía que permitirá avanzar hacia un poder judicial independiente, desposeyendo a las facciones parlamentarias de sus facultades de conformar con arreglo a sus designios el órgano de control de constitucionalidad de las leyes.

Ninguna de estas propuestas es original, no pretendo siquiera mezclar conceptos diferentes, como son la democracia formal por un lado, y las medidas de igualdad social o redistribución de la riqueza, por otro.

Mi aspiración es más modesta. Quiero una España en la que los principios de la democracia formal, hoy ausentes de su organización institucional, den cabida a izquierdas y derechas sin excepción de unos ni acepción de otros.