La seguridad vial, como eje del tráfico, busca sin cesar la causalidad determinante de los accidentes de tráfico. Hace muchos años que en este periódico narraba el escritor Carlos Casares una historia, que lleva a una sabia conclusión.
Partía Casares de la visita a un amigo, internado en un centro hospitalario tras haber sufrido un accidente de tráfico. La propia visita le sirvió para saber que, al igual que su amigo convaleciente, no pocas personas se hallaban allí internadas como consecuencia de otros accidentes de tráfico. Este hecho llevó, como inexorablemente, a una reflexión: ¿Por qué tanto daño físico y moral a la persona en razón del mal uso del automóvil? La conclusión no se hizo esperar y optó por la deducción de que la clave de ciertos comportamientos o inhibiciones reside en el hecho de que el accidente somos nosotros mismos y está inscrito en medio del corazón. Un día cualquiera, una víscera se altera, algo deja de funcionar porque sí y, en esta misma órbita, igual puede ocurrir con el uso del automóvil, que «despois de todo non é máis ca unha prolongación do noso propio corpo».