Al fondo, la economía. Como siempre. La República Democrática (qué sarcasmo) del Congo es descuartizada por la rapiña sobre la inmensa riqueza de un país de gente misérrima. Escocia se puso a votar su independencia porque caló la impresión de que su aportación a la Gran Bretaña no es correspondida por Londres. Claro que hay un sentimiento nacional, una identidad histórica, pero han tenido que llegar los recortes de los servicios públicos para que mucha gente piense que solo los quieren por su petróleo. Detrás del arreón nacionalista que capitanea Artur Mas en Cataluña tampoco puede descartarse que haya una razón añadida al profundo sentimiento de algunos de pertenencia a una patria: una nefasta y fraudulenta gestión de los órganos de autogobierno.
Con todo, hay sustanciales diferencias. Ya quisiéramos poder discutir con la serenidad con que lo han hecho los escoceses (al menos eso se apreció desde la distancia). Aquí se utiliza hasta la munición caducada y un lenguaje deliberadamente macarrónico para que cuanto menos se les entienda, mejor. Porque quizás piensan que mientras se siga apelando al sentimiento no es preciso abordar los problemas. Sonó casi patético, pero insólito para nosotros, cuando Cameron dijo a los escoceses partidarios del sí que si no les gusta lo que hacen los «malditos Tories» le den a él una patada en el culo, pero que no rompan una unión de tres siglos.
Podemos seguir despedazándonos, que ya vendrá algún día la economía a arreglarlo, si queda algo que arreglar. De momento no, que dicen los bancos que ya hay dinero para prestar pero aún no hoy demanda «solvente». Pena que no podemos independizarnos de ellos.