La duquesa de Alba nunca muere

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

21 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Solo a efectos de que sepáis quién escribe: estáis leyendo a uno de los grandes especialistas en la duquesa de Alba. Lo puedo demostrar. Ayer me llamó en directo Susanna Griso, de Antena 3, y dijo: «Tenemos al teléfono al periodista que entrevistó más veces a la duquesa de Alba. Fernando Ónega, buenos días». Le tuve que aclarar que yo no entrevisté nunca a doña Cayetana. Y algo más humillante: no la he visto en persona en mi vida. Por la tarde, el programa Zapeando, de la Sexta, recogió la escena. Y a partir de ahí, el diluvio: como la gente ve la televisión, pero no la escucha, he entrado en la nómina de expertos en la Casa de Alba y en la agenda de íntimos de la duquesa. El programa de Ana Rosa, de Telecinco, me citó para hoy, aunque no puedo acudir. Y eso, sumado a mi exhibición de conocimientos en La mañana de La 1, supone un ascenso profesional.

Como no puedo defraudar a mis lectores como experto en Alba, digo: descuenten un 25 por ciento del efecto mortis que agiganta a las figuras al fallecer; resten un 5 por ciento de efecto televisiones, que se vuelcan con el difunto ilustre; quiten otro 10 por ciento de efecto amores, y queda la duquesa auténtica: una mujer de enorme patrimonio, continuadora de la dinastía y con un enorme mérito: haber conservado intacto y en buenas condiciones arquitectónicas la inmensa riqueza artística acumulada durante siglos. Es de propiedad privada, pero artística. La familia Alba puede competir con el Estado y la Iglesia en cuidado de propiedades artísticas. Y no es fácil ni barata esa labor de conservación.

Ha sido una rebelde de derechas. Tuvo una infancia dura, con una educación rayana a veces en la crueldad por parte de su padre, y mi teoría es que decidió rebelarse de mayor. Amó cuanto quiso y a quien quiso, disfrutó la vida, vistió como le apetecía, evitó los zapatos de tacones porque no eran cómodos, tuvo a los reyes en su casa, disfrutó haciendo favores a los pobres de Sevilla, sedujo a media España por su espontaneidad, ganó la simpatía de los periodistas porque jamás rechazó a un fotógrafo ni trató de distanciar a una cámara, e hizo todo eso por una sencillísima razón: porque podía. Lo demás es literatura.

Entiendo, por lo demás, que hubo varias Cayetanas: la del papel cuché, setenta años ocupando las revistas y programas del corazón; la empresaria de los latifundios, la gran beneficiada de la entrada de España en la Unión Europea por las subvenciones legítimamente percibidas, y la institucional: la duquesa de Alba, simpática, pero con el orgullo de la historia de su Casa, casi un Estado dentro del Estado. ¿Cuál falleció ayer? La del papel cuché. La otra, la duquesa auténtica tiene desde Goya un aura de inmortalidad.