No paran de repetirlo: una época. O no. Que si el 20-N murió la duquesa de Alba. El 20-N. Que si todo está cambiando. Pero ¿hay renovación o reinterpretación de los mismos vicios y virtudes? Es como si, de repente, nos queremos creer que los últimos personajes que se han ido hacen posible que a este país de golpe no lo vaya a conocer nadie. Cayetana, la duquesa, era todo un personaje. Una mujer que se hizo fuerte en una idea fundamental: la edad no importa, siempre se puede ser joven. Es una actitud bárbara, pero que, sin duda, es más fácil de llevar a cabo si naces y nadas en un océano de fortuna. Claro que es mejor que la duquesa haya sido una persona cercana y que haya sabido interpretar de forma llana su tremenda aristocracia y su abolengo tan contundente y estruendoso como la catarata del Niágara. Pero un país no cambia por razones biológicas, porque determinados personajes se hayan hecho mayores y tengamos que despedirlos. La única ley de vida que no evita nadie es la muerte. Y, ojo, además la palabra cambio está muy contaminada. La oímos ahora en labios nuevos, pero ya la habíamos escuchado hace décadas entre los que entonces aparecían para salvarnos. Y de nosotros mismos solo nos podemos salvar, nosotros. Esa es la única certeza. Después de que termina una época, suele venir otra. Y, a veces, se parecen tanto.