¿Puede haber un crimen más horrendo que el de San Juan de la Arena en Asturias? Posiblemente sí: quizá el de José Bretón cuando mató a sus dos hijos y quemó sus cuerpos; quizá alguno de Estados Unidos en matanzas rituales, incluso de hijos. Pero este cronista no se imagina nada peor que un padre que mata a una de sus hijas, niña todavía, a garrotazos delante de su hermana. No puede haber nada más terrible que imaginar a esa segunda hija viendo al padre asesino dirigirse a ella con su barra de hierro ensangrentada. No cabe más crueldad en una escena. No puede haber un crimen más horrendo.
Por muchas explicaciones que nos den psicólogos y criminólogos, no es posible entender que un hombre desesperado haga pagar su desesperación a dos niñas -¡hijas suyas!- que solo inspiran ternura. Y, si me apuran, todavía es menos posible entender que se mate a esas criaturas por venganza o por hacer el mayor daño a su madre. Pero es lo que hizo Bretón en Córdoba. Es lo que acaba de ocurrir en San Juan de la Arena.
Hay algo a lo que no me quiero resignar: a que, cuando se producen estas tragedias, todos nos sintamos culpables o empecemos a repartir culpas, tendencia creciente en los juicios paralelos de los medios informativos. Se hizo ayer al saber que un juez asturiano denegó una orden de alejamiento a la madre de las víctimas e hizo falta un comunicado del Tribunal Superior de Justicia para explicarlo, y se hace siempre que hay un crimen de género y tendemos a culpar a quien no dio protección adecuada a la mujer. Yo me niego a eso. Solo el asesino es culpable. Y a veces, como en San Juan de la Arena, ese asesino tuvo habilidad para engañar a todos los que lo conocieron. El hecho de que fuese autoritario con sus hijas, según confiesan algunos testigos, no podía hacer pensar a ninguna persona normal que tuviese el propósito de matarlas.
Ahora bien: esta violencia familiar extrema existe. Llevamos 45 mujeres asesinadas este año y 750 en los últimos diez. Multitud de niños tienen a su madre muerta y a su padre en la cárcel. Gran parte de este terrorismo doméstico se produce en el momento de la separación o después del divorcio. Los autores son, por tanto, enfermos sociales que entienden a la mujer como propiedad, o es para ellos o no es para nadie, o le quieren hacer el mayor daño posible. Ante esa violencia, digo a los políticos: sacad vuestras manos de este drama; no os echéis las víctimas a la cara como si fuesen datos económicos. Dejad esto en manos de expertos que analicen la situación sin ideología y establezcan protocolos de vigilancia y actuación. Y un pequeño detalle: que nunca más se alegue la falta de medios para justificar una falta de protección. Nunca más.