No hay un triángulo malayo

Santiago Tena Paz TRIBUNA

OPINIÓN

30 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vez más, la misma zona del mundo ve como en sus cielos desaparece una aeronave. Un Airbus A320-200 de la compañía AirAsia, con 162 personas a bordo, perdió la comunicación unos 40 minutos después de haber despegado del aeropuerto de la ciudad de Surabaya, con destino a Singapur. La triste noticia daría lugar a todo tipo de conjeturas sobre triángulos malditos, vórtices donde se concentran extrañas energías, anomalías magnéticas y el resto de leyendas marítimo-celestiales que alimentan mitos tan populares como el del Triángulo de las Bermudas.

Lo que conocemos es mucho más terrestre y menos legendario. La zona subecuatorial del océano Pacífico, como lo son todas las regiones conocidas por los meteorólogos como zonas intertropicales, se caracterizan por tener unas características atmosféricas extremas, muy favorables para la formación de fenómenos de gran virulencia, como son los huracanes en el océano Atlántico, que en el océano Pacifico se denominan tifones. Los núcleos tormentosos en la zona suelen ser abundantes y de características extremas. Sabemos que el avión pidió al control de tráfico un cambio de ruta y de altitud para evitar una zona de mal tiempo. No sabemos si consiguió su propósito de evitarla.

Aclaremos cómo puede afectar a un avión moderno entrar en un cielo con vientos ascendentes y descendentes que golpean, al mismo tiempo, a la aeronave con fuertes rachas desde distintas direcciones, lo que se conoce como efecto de cizalladura; además, las condiciones de temperatura y humedad pueden provocar la formación de hielo en zonas vitales del avión, como pueden ser las alas y las superficies de control; las entradas de aire en los motores y los sensores externos de los instrumentos, las llamadas tomas estáticas y tubos de Pitot. Los aviones cuentan con sistemas para inspeccionar estas zonas, que son eficaces, pero suelen estar orientados más a advertir a los pilotos de la existencia del hielo, y deben ser estos los que pongan en funcionamiento los sistemas antihielo.

Por lo repentino de la desaparición del avión, y a la espera de que se recuperen y descifren los datos contenidos en los grabadores de voz en cabina y en el registrador de datos de vuelo, solo cabe conjeturar con los datos conocidos, tales como la proximidad de una zona de mal tiempo, y el intento de evitarla ganando altura y cambiando la ruta prevista. Ello pudo hacer que el avión entrase con una altura no excesiva en una zona de fuerte cizalladura de viento y que una racha descendente lo llevase contra el suelo. Existen precedentes de casos similares y las llamadas microrachas, propias de zonas de tormentas, han causado más de un accidente.

Aun así, es prematuro seguir haciendo cábalas, y la prudencia aconseja esperar. En un accidente aéreo existen siempre intereses encontrados que impulsan a las comisiones investigadoras a escudriñar hasta el último detalle.

Así será y una vez más se sacarán consecuencias y enseñanzas que harán del transporte aéreo un medio de viajar cada vez más seguro. Pese a la tragedia de la pérdida de 162 vidas humanas.

*Santiago Tena Paz es abogado y técnico de operaciones de vuelo