Lo de la cúpula de Caja Madrid (después Bankia) no tiene nombre. Primero desataron las iras ciudadanas con sus caprichos de nuevos ricos (algunos ya lo eran, pero no les bastaba). Despilfarrando a manos llenas. Sin reparar en gastos. A costa de una entidad que dejaron moribunda y a la que hubo que salvar con una transfusión de miles de millones de dinero de los contribuyentes. Y ahora nos venimos a enterar de que fueron mucho más allá. Falsearon y ocultaron datos, se saltaron a la torera los controles -los de dentro y los de fuera- para forrarse. Engordaron sus retribuciones -las fijas y las variables- de forma irregular -hasta el 26 % en algunos casos-, engañaron a Hacienda para no pagar lo que les correspondía. Y, de paso, inflaron las bases sobre las que se calcularían sus indemnizaciones cuando se apearan del cargo. Vomitivo. Hasta para los estómagos más curtidos.