Günter mira a Goya

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

14 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Dibujaba, escribía, claro, comía, bebía, fumaba. Günter Grass, el otro escritor de la pipa, tenía en su estudio reproducciones de los grabados de Goya, al que admiraba. Günter Grass no es solo la monumental genialidad de El tambor de hojalata. Ese niño que decide dejar de crecer a los tres años y que toca el tambor para no soportar a los adultos. Es mucho más. Las redes sociales en seguida le sacaron punta a la muerte del nobel. Cuando muere un escritor aparecen millones de expertos en su obra, se bromeaba. Cierto. Expertos que, por supuesto, jamás leyeron ni una sola página del cadáver exquisito. Nada se alaba más que una muerte. Incienso. Aparecieron chistes que lo enlazan todo, del tipo «cómo se les ha ido la mano con el primer capítulo de la nueva temporada de Juego de tronos cargándose a Günter Grass». Pero, más allá de su portentosa literatura, Grass era un ser humano. Un tipo, como todos, lleno de contradicciones. Fue un martillazo en el pie desnudo cuando hace poco en su autobiografía confesó que, de chaval, había pertenecido a las SS. Él, que era un Buda moral para los alemanes de bien. Pero así es la vida. Günter no quiso morir con ese anzuelo del pasado clavado en el corazón. Acertó. Fue inmediatamente crucificado y sepultado por ese batallón de limpios y puros que siempre toman posesión de la verdad, como si la verdad fuese un terreno, una finca. Los latifundistas de la certeza. ¿Quién no tiene cadáveres en el armario? Günter fue honesto y recibió lapidación, mucho antes de que ayer muriese. Sufrió por su confesión una primera muerte en vida, curativa. Que Günter lució el brazalete es una prueba más de que nunca hay una sola verdad. Así es que el mejor periodismo, el único posible, es el que se escribe con versiones. El que deja hablar a varios, el que cruza sus testimonios. Günter fue de las SS, escribió El tambor de hojalata y, antes de cerrar los ojos, soñó con los grabados de Goya que tanto amaba.