El recuerdo de aquella conocida frase: «Es la economía, estúpido», utilizada en la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra George Bush (padre), que lo llevó a presidente de Estados Unidos, me llevó a una asociación de ideas con el fracaso del PP. La sociedad había ya emitido un veredicto sobre la culpabilidad del partido y sus dirigentes: era la corrupción. Cierto que no todos fueron ni son corruptos, pero los casos conocidos fueron suficientes para exasperar a una sociedad que contemplaba atónita cómo unos se enriquecían mientras ellos se empobrecían. En nombre de la austeridad y el déficit del Estado, se sometía a las clases medias e inferiores a un sufrimiento injustificable, mientras las políticas económicas anunciaban un crecimiento de los datos macroeconómicos que solo a unos pocos enriquecía. Los estrategas del partido decidieron acallar la corrupción, y taparla en la medida de lo posible, para centrar el mensaje en el crecimiento de la economía del Estado. Creyeron que el problema era la Economía (con mayúscula) y no supieron ver que el problema era la Corrupción (aún más mayúscula).
Hubo en el Partido Popular una ceguera a todos los niveles, y entregándose a una política desde arriba, claramente tecnocrática, que solo benefició a los de arriba, omitió la política desde abajo, la política social participativa, la que podría hacerles ver los verdaderos problemas de la mayoría de los ciudadanos. Mientras, los políticos instalados en el poder seguían incrementando sus ingresos, de mil maneras, unas lícitas y otras no tanto, y la diferencia entre los ingresos medios de los políticos y los de los ciudadanos era cada vez mayor.
Ahora el pueblo emitió la previsible sentencia. Su veredicto en las urnas era lo único que tenía en sus manos, y de la mano de nuevas formaciones políticas que supieron ver muy pronto la gravedad del problema social, lo ejecutaron.
Lo importante, quedó demostrado, no era la economía, era la corrupción. La riqueza y la pobreza, una dialéctica antes superada, volvió al primer lugar, y ahora los de abajo esperan de los nuevos que cambien las cosas. El resultado no está claro porque es más fácil diagnosticar que cambiar. El primer paso está dado, veremos cómo termina el partido.