Al gran Tsipras -ídolo de indignados- le gusta más el poder que comer con los dedos. Pero no el poder de Atenas, sino el que le permite codearse con Merkel y Hollande, con Dijsselbloem y Schäuble, y con Lagarde y Draghi. Se pirra por hacerse fotos con ellos y salir en los grandes diarios europeos. Y por eso hizo la retorcida maniobra que ahora quiere culminar con unas elecciones anticipadas.
Consciente de que el comunismo ya no da poder, y oliendo de cerca las oportunidades de la crisis, optó por reconvertirse al populismo. Y así, agregando cabreados, creando enemigos exteriores, prometiendo utopías y eximiendo a su pueblo de cualquier responsabilidad en la desfeita, llegó a la presidencia del Consejo Ministerial con envidiable soltura. Pero tan pronto como tocó poder abandonó la épica y el heroísmo, y se fue a pactar con Merkel como un alumno aplicado. Olvidó que «otra Europa es posible», aceptó los rescates y los ajustes y puso a su lugarteniente Varufakis a los pies de los caballos. Después cogió la pasta y se fue al Parlamento, para explicar que acataba el modelo liberal europeo por la misma razón que poco antes lo había rechazado. Y solo con la pirueta de la dimisión pudo evitar que se lo merendasen los mismos que lo habían encumbrado.
Tsipras, que tenía una mayoría casi absoluta desde hace seis meses, laminó a sus adversarios políticos y encontró el filón de los acuerdos que le brindaron los europeístas de la oposición. Y por eso hay que preguntarse -salvo que creamos la monserga de que las elecciones son un referendo sobre la negociación del rescate- para qué quiere disolver ahora el parlamento. Y la única explicación política es esta: lo que quiere Tsipras es esmendrellar a Syriza, deshacerse de su ala más radical e indignada y recomponer una mayoría a su medida, que, como es evidente, debe ser posibilista, centrada, con capacidad para apoyar la plena integración en el modelo político europeo, y con la esperanza de que la antes odiada Merkel le agradezca el esfuerzo cuando la ocasión sea propicia.
Y mi pronóstico es este. Creo que está rectificando en la buena línea. Creo que se va a desprender del lastre indignado que le llevó al poder. Creo que pasará a ser un político calificado de hábil por todos los yuppies que no distinguen la habilidad del oportunismo. Y creo que va a ganar las elecciones. Lo que no creo -y ahí está el busilis- es que sea un político decente, ni que haya beneficiado a los sectores más pobres y marginados de Grecia. Solo conquistó el poder por donde más fácil le era. Y solo quiere hacerse trajes nuevos, y comprarse buenas corbatas, para ir a cenar con Merkel. Porque las revoluciones de la era mediática suelen ser así: de cartón piedra -que no resiste el invierno- y muy caras para el pueblo que las jalea primero y las paga después.