Desde siempre me gustan los dinosaurios, los reptiles aparecidos en el Triásico, hace aproximadamente 230 millones de años. Actualmente añoro los dinosaurios a los que se refiere Pablo Iglesias cuando habla de los dirigentes socialistas de la transición, que frenaron a Pedro Sánchez a la hora de negociar con él. Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana, Francisco Vázquez (entrañable y querido amigo) y tantos correligionarios que, cuando tuvieron que arreglar un país recién salido de una dictadura junto a los líderes del resto de formaciones políticas de la época, lo hicieron de una forma que resultó exportable al mundo entero. Con sentido de Estado, se comprometieron a cambiar España de forma y manera que no la reconociera ni la madre que la parió. Y así lo hicieron. Gracias a ellos, y a tantos otros políticos que se obcecaron con la idea de que Europa dejara de terminar en los Pirineos, y por supuesto al ejemplar comportamiento de una ciudadanía deseosa de libertad, Iglesias puede decir las cosas que dice en un Parlamento en donde hasta esta legislatura se guardaban las formas. Sin embargo, el besucón Iglesias no ama a los dinosaurios. Los ve obsoletos. Anclados en el pasado. Aunque en el fondo, su deseo no sea otro que convertir a España en otro Parque Jurásico como Venezuela.