Lo tienen difícil. Todos. Lo tienen realmente complicado para despertar un mínimo de ilusión en quienes tendremos que votar de nuevo el 26 de junio.
Se han ganado a pulso el hartazgo al menos de esa parte de los ciudadanos que no milita ni asume como verdad inmutable lo que asegura el líder de su cuerda. Se lo han ganado con cuatro meses en que el único acuerdo que alcanzaron con rapidez fue el que les proporcionaba unos días más sin sesiones parlamentarias en Semana Santa.
Se lo han currado a conciencia, con su incapacidad para consensuar una reducción significativa de gastos en la campaña electoral que va a comenzar oficialmente en breve, pero en la que ya todos están metidos de lleno. Entre otras razones, porque algunos consideran imprescindible gastarse decenas de millones en atiborrarnos los buzones de papeletas, cargando de razones a quienes ven tras ese empeño el voto cautivo y el tradicional acarreo de electores a los colegios.
Se lo han trabajado a fondo con el gran pacto que curiosamente no era posible hace seis meses y lo ha sido con gran rapidez cuando las encuestas marcaban la tendencia a la baja de los dos firmantes.
Han causado tal hartazgo que a estas alturas la mayor aspiración de no pocos ciudadanos es que los partidos pongan, al menos, sordina a esa campaña a la que nos han abocado. Que bajen el volumen de sus altavoces, minimicen el castigo de la cartelería, reduzcan el despliegue de los grandes mítines con autobuses cargados de máquinas de aplaudir y se limiten a decirnos qué es lo que van a cambiar para evitar un nuevo fracaso y la tortura inaudita de unas terceras elecciones.