Si los 313.000 gallegos que, según Sondaxe, permanecían indecisos sobre qué votar el día 25 fiaron su decisión al debate de ayer noche, se llevaron un chasco. Porque hoy se habrán levantado con las mismas dudas. O más, quizás. Si los debates tienen como única finalidad reafirmar el voto de los fieles y tratar de llevarse a los indecisos, más vale que el de ayer haya servido para cumplir el primer objetivo, porque el segundo les quedó demasiado alejado.
Quizás es que teníamos puesta demasiada confianza en este formato que se presentaba inédito, y después de tanto tiempo deberíamos de saber que cada participante va a decir lo que ya todos conocemos de antemano, que es lo que le redactan sus colaboradores.
Podría decirse que no existió debate, porque en realidad fue una sucesión de ponencias, en las que Villares y Losada no levantaron prácticamente los ojos de los folios. Además, la rigidez del cronómetro llegó a resultar molesta. Y no se hicieron aportaciones de interés. Leiceaga lo intentó en varias ocasiones sin conseguirlo por el placaje permanente de Feijoo. Y fue este, con Ana Pontón, especialmente ella, los que se mostraron menos rígidos, dejaron claras sus posturas y mostraron mayor experiencia. Especialmente la nacionalista, que hizo gala de reflejos en momentos decisivos y de experiencia en este tipo de encuentros. Todo lo demás nos lo pudieron evitar. También la presencia de una invitada de piedra, Cristina Losada, que pasaba por allí y que se sumó a la fiesta sin saber de qué iba.
De resultar decisivo el debate, o lo que fuere, para el destino de los indecisos, quizás ya no sean los 313.000 que se apuntaban en este periódico. Quizás hoy ya se hayan elevado a los 720.000 que cifró el CIS.